Una aclaración antes de comenzar... el nombre de la ciudad refiere a una cuestión que solo una persona podría enteder, esa persona jamás lo leerá, pero con gusto, y cerveza mediante será contado a los curiosos /as que lo deseen... ahora si, un pseudo pequeño escrito
En la ciudad de Cuajo los recuerdos son arrancados de raíz y se secan al sol en las afueras.
Los pájaros cantan todos los días distinto, para que sus habitantes no asocien esa mañana con otra parecida.
Los deseos se queman con la basura y la gente saca los planes de esos que son de a dos y los anhelos, todos los martes a las tres, cuando pasa el camión. Nadie se pregunta donde van, ni que pasa con ellos. Vuelven a sus casas, se miran al espejo y éste les devuelve una cara nueva, que sonríe. Satisfechos se sientan a mirar la tevé, sin recordar que había en aquella bolsa.
En la ciudad de Cuajo todos tienen sonrisas de comerciales de pasta de dientes.
De los árboles crecen fotos en blanco, las flores no se pueden arrancar y los perfumes están prohibidos, todos excepto uno, el que llevan todos.
Aunque de vez en cuando en la ciudad también ocurre algún problema.
Alguna foto que nace en pleno otoño con una cara antigua grabada en escala de grises, algún pájaro que por quien sabe que cuestión migratoria termina en Cuajo silbando una tonada triste, o algún tema de Sabina.Un espejo rebelde que empieza a reflejar la misma cara triste todas las mañanas.
Entonces y con la mayor rapidez posible, el árbol completo es prendido fuego, el pájaro derribado a tiros y al que el espejo devuelve la misma cara es desterrado, obligado a llevarse consigo el maldito artilugio reflejante, por si acaso fuese algo contagioso.
Esta persona camina un par de kilómetros y atraviesa un largo puente, sin cruzarse con nadie por el camino. De todas formas, nadie le recordaría. Seguiría por la larga carretera, que pasado el puente se convierte en un polvoriento camino de tierra, salpicado de verdes irregulares a ambas orillas. Se volvería a mirar al espejo para ver si su maldición pudiera haber terminado y desde el instrumento le saluda un rostro vagamente familiar.
Un poco después pasa por el cementerio. Sobre las lápidas no hay nombres, todos fueron borrados.
El hombre levanta una flor silvestre y la deja sobre una tumba. Es la única del cementerio que tiene una flor.
Pero volviendo a la ciudad de Cuajo, allí uno se muda cada tres meses y cambia de trabajo y amistades con la misma frecuencia. Cuando por algún motivo una chica y un hombre pasan más de seis mese juntos, y la relación es estable, sin sobresaltos, con los guiones perfectamente escritos, armoniosa sólo con lo justo de pasión y deseo, se mudan a la ciudad de Comodidad, que dista a un par de horas de viaje.
Aunque por desgracia a veces en Cuajo se cruzan dos ex amantes. Si alguno de ellos se llega a reconocer, las autoridades actúan con la celeridad a que nos tienen acostumbrado, enviando al memorioso rumbo a la región de Olvido. Mientras que el amnésico puede continuar con su feliz existencia en la ciudad.
En Cuajo las calles no tienen nombres y todos los cafés se llaman igual. No existen playas ni ramblas y el curso de agua más cercano es el que pasa debajo del puente que marca el límite de la ciudad. Las plazas son enormes lagos de cemento con bancos en los costados, todos iguales.
En Cuajo nunca llueve más que tenues lloviznas de verano con sol, ni hace demasiado frío y las estufas de leña están prohibidas.
Todos cumplen años el mismo día y en esa fecha la ciudad se llena de borracheras sin alcohol, puesto que también está prohibido.
En las noches no se ven las estrellas que están tapadas por las fuertes luces de la ciudad, pero cuando por algún extraño motivo ocurre un apagón y las pequeñas luces titilantes cubren la noche, siempre alguno hace sus maletas y se marcha de la ciudad, u otro salta desde un alto edificio. Los menos, jamás se acostumbran a vivir en Cuajo y al cabo de un tiempo se los podría ver caminando por el viejo camino de salida, con la cabeza vuelta hacia arriba, viendo las estrellas de una fresca noche de primavera, cantando alguna vieja canción, añorando lo que ya nunca más volverá.
En la ciudad de Cuajo, estas páginas fueron quemadas en la plaza pública, ante los ojos felices de los habitantes, y a mi me desterraron a Olvido. Al final todos los de Olvido soñamos con mudarnos a Cuajo.
Los ciudadanos de Cuajo duermen tranquilos por las noches, y jamás un sueño les perturba el sueño.
El futuro en el cielo
Hace 3 años.
10 comentarios:
chapeau, mon ami jeje... éste es, de los relatos tuyos que he leído, el que más me ha gustado. Muy bueno de veras.
un abrazo
Me gustó mucho sapo. No me atrevo a decir el que más pero es probable, sobre todo la atmósfera que se logra.
saludos
Excelente estimado...
Una descripcion muy consistente y bien lograda, con el guiño a Sabina que lo caracteriza. jeje
No sé por qué le encontré un pequeño dejo "Orwellezco" que me encantó.
Clap, clap, clap!!!
Abrazo! (despojado de todo protocolo "escribanil" jaja)
Olvidan los habitantes de Olvido? O simplemente son olvidados alli...
En efecto, los habitantes de Olvido son los olvidados... paradojicamente, jejeje
Abrazo grande a dalai y coriano
Gregoria, abrazo para ud. también... me alegra que no sea tan profesional
jajajaj
corrección... los ciudadanos de olvido quisieran poder olvidar, pero bueno, como todos sabemos, hay algunos que nunca podremos... en fin,
Uh, ahora que leo su comentario...
"No sé olvidar" otro temón Calamarense que olvidamos nombrar...
Esperemos que el señor se equivoque, y que algún día todo pueda ser a su modo, que los inocentes no sean culpables siempre, que el amor dure más de cinco minutos, que no sea un dolor tan merecido ni que lo espere en cualquier lado...
Saludos.
brindemos por eso la próxima
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