lunes, febrero 27, 2017

Las cartas que nunca llegaron

                Ella me quería, de eso estoy seguro, lo que nunca logré entender era porque, eso y el hecho de que jamás me respondiera ninguna de las siete mil cartas que por aquellos tiempos envié, con su nombre y dirección escrito en un sobre y mi sangre e ilusiones como la tinta jamás me escribió.
Nunca una respuesta, algunas cartas incluían regalos, hablaban de las cosas que habíamos pasado juntos, de lo que le gustaba, de lo que me gustaba.
Años después conocí a un amigo que trabajaba en el correo. Tendría que haberlo sabido.
Habían pasado digamos que diez años luego de la última carta y luego de la última esperanza (tardía es cierto) de recuperar a esa mujer, cuando por amigos en común me enteré que la habían visto de nuevo en la ciudad. Casada, con dos hermosos hijos y de la mano de un otrora cartero corriente, ahora devenido en jefe de la oficina de correos local.
No es que esto de por si reporte un  hecho inusual, podría decirse que los funcionarios postales son hasta personas, seres humanos casi  iguales a  cualquier otro, que pueden amar, querer y casarse con la mujer que se escapó de tu amor.
Volviendo al punto, una noche de borrachera con este amigo cartero, estando en su casa, surgió la propuesta de llamar a unas putas para animar la velada y en esas cavilaciones, el cartero me dice:
- tengo una idea mejor, es algo que hacemos los carteros bastante seguido, pero es un secreto profesional, ¿puedo confiar en que lo mantendrás?
- Claro, respondí, incumpliendo desde el inicio de estas líneas a mi promesa.
Mi amigo sacó el bolso lleno de cartas y eligió unas cinco al azar.
- Las de viejas con chismes son las mejores, me dijo, abriendo una.
Empezó a leer las líneas, hablaban sobre una mujer casada que engañaba a su marido con otro, también conocido de la destinataria, al final las palabras explotaban como una bomba:
"y espero que puedas encontrar perdón para mi, ese hombre es tu marido".
Así pasaron las cartas una por una.
Me contó de la siniestra metodología de los funcionarios, esos seres que uno piensa incorruptibles. Los custodios de nuestros amores, de nuestros deseos, de nuestros más profundos secretos. Y al parecer estas gentes, por momentos aburridas, solían hacer estas cosas en las noches de borrachera, o en las mañanas de ocio. Abrían las cartas de otros, si, las abrían y las leían, se reían de las historias de otros, eso los hacía vivir otras vidas, y tanto, que según mi amigo me contó, algunos carteros, menos íntegros que otros, tomaban las cartas de amor y empezaban a seguir a la mujer destinataria. Valiéndose de toda la información que las mismas contenían, incluso de los regalos, buscaban los momentos perfectos para aparecerse en la vida de nuestras mujeres, nuestras amadas.
Entonces, si en una carta, uno escribía un verso de Neruda, que uno mismo decía que a ella le gustaba, el cartero comenzaba su estrategia sentándose en una plaza con veinte poemas de amor y una canción desesperada, esperando a que ella pasara. Mientras la mujer caminaba por su lado, el cartero distraído hacía como que se le caía el libro, ella se agacha, lo recoge, mira la tapa y le sonríe. Esa sonrisa era para mi, cartero hijo de puta!!! Eso era de mi historia!!! Y así el cartero se adueñaba de nuestras vidas.
Obviamente que partir con toda esta información, que a uno le cuesta años, errores y desaciertos el adquirir, sirven como anillo al dedo al que anda merodeando y lo utiliza para ganarse el afecto de una mujer.
Después de esa noche, me informé un poco más sobre el esposo de mi ex amor.
Y si, sus destinos como funcionario fueron siempre los de ella. Utilizó todas mis cartas para levantársela. Y lo hizo, se la levantó, y no sólo eso, le hizo dos hijos, los dos que yo nunca tuve con ella.
Esos hijos son míos pensé mientras mi amigo el cartero leía una carta de quinceañeras bastante picante, en eso llegaron las putas y luego de los primeros diez minutos perdí un poco el sentido.
Y bueno, puedo considerar que mis plegarias de venganza fueron atendidas, entrado el siglo XXI, ya nadie escribe cartas, todo marcha por celular o por mail, los carteros ahora son tipos de cara seria y aburrida, que deben vivir sus propias vidas, sin poder sacar piques de los de las demás, entregando facturas a la gente. Su mayor venganza consiste ahora en llevarlas vencidas.
En las rondas de funcionarios, los más viejos cuentan a los carteros más jóvenes de las buenas épocas, en que leían sobre las vidas de los demás, en que jugaban a inmiscuirse en ellas, hacían apuestas sobre quien se levantaba a la minita de tal, añorando esos tiempos en los que no sólo eran los que llevaban nuestras botellas en el mar, en los que ellos se volvían nosotros.
En una de esas charlas el cartero que se casó con mi mujer, si mi mujer, contó como una tarde abrió una carta que iba para su esposa, que no llevaba remitente y en que se leían solo 11 palabras.
- Ya lo se todo, conozco su conspiración, cartero hijo de puta.

Pasado el tiempo me consuelo pensando que el cartero hijo de puta tuvo que ser yo para ganarse a esa señorita, así que en algún sentido, ella se volvió a enamorar de mi.