viernes, septiembre 16, 2016

La esquina del desencuentro

La esquina del desencuentro

Aquel cruce de calles fue para mi nefasto, bueno, quizás no tanto así, cuando menos si lo fue para mis relaciones con las mujeres.
En el barrio había un pequeño micro centro en que en el transcurrir de dos o tres cuadras de determinada calle se encontraban los bares, librerías, un banco, una plaza y algún que otro sitio más.
Una vez conocí a una mujer con la que todo parecía marchar viento en popa, recorrimos todos esos negocios besándonos, tocándonos y haciendo toda la clase de degeneradeces que a alguien de veinti tanto se le pueden permitir, hasta que excediéndonos en el recorrido llegamos a la esquina en cuestión.
El semáforo estaba en rojo, en ese color se quedó un par de minutos hasta que entendimos ambos, tomados de la mano de que el artilugio estaba roto. Cruzamos la calle y como una maldición bíblica el cielo se oscureció, la lluvia empezó a caer con fuerza, una ráfaga de viento helado nos cortó los cuerpos pobremente vestidos en aquel verano, Nacional ganó un clásico en la hora y quien sabe cuantas desgracias más. El hecho es que en ese momento la rubia, de cuyo nombre no me acuerdo, pero de sus curvas si, me soltó en el acto la mano, empezó a putearme en varias lenguas, vivas y muertas y sin haber llegado aún a mitad de la calle ya me había dejado.
La cosa no terminó allí, las puteadas siguieron mientras me alejaba caminando cabizbajo con la derrota en la mirada, la mano vacía de su mano y las ganas de voltear, pues justo íbamos rumbo al hotel de la siguiente cuadra esfumadas, junto con el amor que en algún momento había llenado esa relación.
Las escenas en aquella esquina se sucedieron cada vez que distraídamente, o intentando quitarle importancia al asunto se repetían con cada mina que de mi mano caminaba rumbo al hotel.
El dios del garche me tenía abandonado pensé para mis adentros. Cuando pude levantar la mirada ante la mina número veinticuatro que me dejaba en aquellas condiciones me di cuenta de que no era el único que al cruzar por esa siniestra calle era dejado en medio de aquellas circunstancias. Las parejas que iban en auto se bajaban de éstos para comenzar en medio de un griterío que no reconocía razas ni clases sociales de amores que se terminaban.
Al principio pensé que la maldición sólo funcionaba con las rubias, así que probé con varios especímenes del sexo opuesto, y hasta con un marica que me tiraba onda que atendía en la ferretería. Aquella maldición no distinguía nada, ni siquiera a mi, se aplicaba a todas las parejas que iban por ese lado.
Incluso un novio engañado se dio cuenta de que su novia lo cagaba con su mejor amigo cuando al cruzar la calle la mina le empezó a decir de todo a ese supuesto amigo, dejando el romance furtivo completamente en evidencia.
Una vez me levanté a cierta señorita que estaba bastante bien, pero de la que me había empezado a aburrir, así que le dije de ir al hotel que quedaba cruzando la calle. Al instante el amor que ella me tenía se terminó y yo me vi librado de aquella mala elección.
Otro día pensé para mis adentros, en una relación de varios años que había empezado y con la que cuidadosamente evité la esquina siniestra todo ese tiempo que la mejor manera de saber si aquella era la mina para mi, la que finalmente estaba enamorada de mi,  tenía que hacerla cruzar la calle y ver si me dejaba o no. Plan macabro y completamente estúpido que ideé en el bar de un par de cuadras atrás por la quinta cerveza. Acto seguido la mina de mi vida me dejó.
No podía entender que estaba pasando, creí que todo podría tener algún tipo de lógica, de alguna serie de hechos, cual algoritmos matemáticos que dadas ciertas condiciones se cumplirían facilitando los trágicos desenlaces.
Alquile un apartamento que daba al semáforo y con un montón de cuadernos iba anotando como iban vestidas las parejas, intentaba luego hacer todo un trabajo detectivesco que incluía averiguar todo sobre las vidas cuyas vidas amorosas se veían truncadas. Que amigos tenían, en que trabajaban, si tenían hermanos, incluí luego otra tarea de investigación que trataba de ver si las minas cogían bien o no, de que forma acababan y un largo etcétera en un trabajo de campo que me llevó un montón de años.
El tiempo pasó, a la calle le cambiaron el nombre varias veces para ver si la maldición dependía de algún muerto célebre y rencoroso que hacía que el hecho se desatara y al final me encontré una mañana sólo en el apartamento, con sesenta y cinco años y un fuerte dolor en el pecho.
La certeza de que un paro cardíaco se cernía sobre mi maltrecho corazón y la estúpida figura poética que vestía a la muerte como una dama que cual enamorada persigue a los hombres en sus últimos momentos, salí a la calle dispuesto a cruzar por la intersección y liberarme del mortal romance que la parca quería tener conmigo.
A mitad del cruce, ya con una sonrisa esbozándose en mi rostro creyéndome victorioso, un auto a toda velocidad pasa, me hace volar por los aires y morir casi apenas toco el suelo.

La pareja que iba dentro se bajó del mismo y al instante un montón de reproches, insultos en varias lenguas que alcancé a oír mientras la sombra se cernía lentamente.



1 comentario:

Monyquiya dijo...

Excelente!!!!!!!!!!!!!!!