domingo, febrero 17, 2008

Exile on main street


Si bien no soy un reconcocido rollnga (palabra fea si las hay) en esta ocasión tengo que recomendarles este gran disco de los Stones... Exile on main street es de lo mejor que he escuchado ultimamente... les dejo con una reseña bastante más elaborada y que les puede gustar...
El disco se puede bajar con utorrent en este link http://www.bitenova.nl/tt/evity
o por el foro de guanakoo donde están unos cuantos discos de los stones... hay que registrarse antes http://www.guanakoo.org/showthread.php?t=1977
Que lo disfruten




Después de haber publicado discos como *Beggar's Banquet* y *Let It Bleed* a finales de los 60, y tras el impacto de *Sticky Fingers* (1971), en 1972 los *Rolling Stones* editan *Exile On Main Street* (Exilio en la calle principal), donde el grupo demostró su admiración por el blues, soul y rock'n'roll. Para algunos es el último gran disco de los Stones, un álbum doble (reeditado en un solo CD), grabado en condiciones de drogas, alcohol, orgias, disputas, pasotismo..., y quizá no uno de los más conocidos. Incluye pocos éxitos o temas más famosos, quizá *Tumbling Dice*, sea el más reconocido por el gran público. Un disco por descubrir... El grupo se metió, cada uno a su bola, en una decadente mansión de la Riviera francesa, grabando de forma autónoma y casera el álbum, disfrutando de total libertad a la hora de componer, entre fiesta y fiesta. Y así crean una grabación diferente, ruidosa, sucia, caótica, Exile On Main Street, con canciones blues, rock'n'roll, soul, country e incluso gospel. The Rolling Stones La mayor parte de los temas no fueron escritos, solo improvisados. Sweet Virginia y Tumbling Dice, realmente fueron canciones que no dió tiempo a introducir en /Sticky Fingers/ y que fueron recuperadas para este álbum. El quinteto: Mick Jagger, Keith Richards, Mick Taylor, Bill Wyman y Charlie Watts; se encuentra acompañado por nombres habituales como Ian Stewart, Nicky Hopkins, Bobby Keyes, Billy Preston o Jim Price, entre otros.

sábado, febrero 16, 2008

Viaje del desterrado

Gente, aca les dejo otro de los cuentos de Gabriel... posteen algo, que sino se nos pone triste...



Y así, tropezando en yermos agrestes y relegados, llego a los confines más desatinados y penumbrosos de mi nublada vista. El pueblo esta vacío.
Las ventanas rotas en casas de madera reflejan los rayos de sol, la piel palpa el calor ardiente que baja desde las alturas. Mis pasos son silenciosos en esta calle de tierra y pedregullo, que se pierde en el horizonte, detrás de una montaña. Empujado por un céfiro constante, avanzo tan extrañado como intrigado. La familiaridad transparente que yace en los alrededores, silba una radiante melodía. En el cielo un buitre vuela en derredor del pueblo, inclinando su perfil hacia mí.
Me topo con un descuidado establo. Hay velas tiradas, un hueso y paja amarillenta diseminada en el suelo, del que surge un potente olor a ranciedad. Las vigas están débiles, se ven agujeros antiguos dejados por termitas que ya no están. Las cubas con agua estancada, son el hogar de raros insectos que nunca antes había visto. La desolación es tan densa, que mi sentido unitivo se concentra en el silencio aberrante. Camino por el establo, lo exploro, todo parece estar ordenado con un criterio perspicaz: ninguna vela toca las pajas amarillas, las cubas cambian de posición según el recinto, denotando un orden referido a algún tipo de numerología que no deduzco, una pala apoyada levemente sobre una viga, ostenta que el cambio en su posición acarrearía al derrumbe del lugar, la luz que entra por la banderola, solo ilumina el lugar por donde el cuidador se movería, los pobres animales nunca podrían haber sido iluminados de esta manera. El hueso colocado en medio del establo, sobre un poco de paja y tierra, me atrae más que nada. Me acerco hacia el y lo agarro, lo observo y examino, parece un fémur humano, pero falta la cavidad de la rótula, no sé de qué criatura pueda ser. Luego de probar su espectacular solidez, lo dejo donde estaba y salgo del vetusto lugar.
Sobre el camino principal, colgadas de altas columnas, dos pancartas raras llaman mi atención. La primera, roja y negra, con letras blancas que no conozco, es la más pequeña y desgastada. La otra es bastante grande, plateada con pecas azules, no dice nada pero tiene dibujos extraños, los cuales siento haberlos visto en algún sueño: una criatura anaranjada parecida a un dragón con melena, una elipse dorada y una palmera alta y fina. Luego de estimarlas, continúo mi andar. Por entre las construcciones se desplaza el polvo, bolsas de nylon, moscas y ovillos de secas ramas. El buitre continúa su monótono círculo eterno. De pronto escucho el ruido del mar en mis espaldas, volteo, todo está igual. Giro nuevamente y doy unos pasos, siento una mudez ridícula en mis adentros, el calor sofocante se funde en mis hombros de forma penetrante. Entre los mareos y la sed, adelante, dirigiéndose en el aire hacia mí, aparece una figura extraña. Un espectro: desvanecido desde el torso hacia abajo, vestido con jirones sucios, cabizbajo, con un gesto sumamente triste y melancólico. Doy un paso al costado para no toparme con él. Sin levantar la vista, sigue su camino, hasta desaparecer en el reflejo oblicuo de un rayo de sol, que brilla en un vidrio roto.
Mis pasos atónitos siguen su rumbo. Cuento las casas que hay hasta el final del pueblo: son trece y una más grande al final del camino, con un gran zaguán, en el que se encuentra un cartel que dice comisaría.
La primera casa que está a mi derecha carece de una puerta. Las ventanas están atrancadas con fuertes tablas de madera. Con suavidad e intriga, mi cuerpo se aventura al interior.
Todo está oscuro, lo único que la luz que penetra por la abertura principal ilumina, es una mesa de roble rota en numerosos pedazos. Camino pisando diferentes objetos. Me agacho y recojo un tenedor y una rueda oxidada de bicicleta. No veo nada, caigo y me golpeo en la cabeza con una silla. Me levanto dolorido. Cada paso es un estruendo en el silencio mimetizado de oscuridad, mis manos se mueven en el perímetro pero no tocan nada, mis pies atropellan cada objeto desconocido. Entre el susto y la insidia ambiental, me agacho y permanezco quieto unos instantes. Tanteo mis alrededores con las manos, toco algo, duele, me corto profundamente, no sé con qué, deduzco que es un vidrio. Tengo que salir de acá. Perdí la luz. Sigo caminando. Llego a una escalera, pero esta desciende. No puedo entrar ahí, algo intangible me obstaculiza. El coraje de mi cuerpo, inquieto y desesperado, ataca contra todo, patea, empuja, golpea. Corro en círculos, y por fin, la penumbra. Allá esta la salida, hacia allí voy. Estoy afuera.
El pueblo sigue tranquilo y tácito como antes. Abandono el portal de la casa sin mirar atrás. Un fuerte viento choca contra mí, una gran humareda de polvo se levanta y me ciega momentáneamente. Me rasco los ojos, la visibilidad regresa. En la mitad del pueblo, se encuentra una vieja fuente. Me acerco a ella y veo: sus azulejos son blancos y azules, el agua es cenagosa, en el fondo puedo ver dos brillantes monedas. El buitre grazna desde las alturas. Aproximo mi cara al agua y observo el reflejo. El difuso retrato que me ofrece la fuente me desconcierta, ese no soy yo… o tal vez sí.
Miro a mis alrededores, la calma despabila los sentidos, la ardedura ambiental se apoya en mi nuca y la falta de aire me importuna. Avanzo lentamente, una piedra en mis zapatos empolvados me molesta.
En frente a la fuente se encuentra una cabaña regia y ostentosa, es la más majestuosa de todas, sin duda. Sus ventanas están sanas, creo que está construida con caoba, tiene dos pisos y un enorme porche. Lleno mis pulmones de aire y oso introducirme en ella.
La puerta chilla mientras la abro con lentitud. Enorme es su comedor, la mesa principal posee seis sillas hermosas, todo está ordenado y el aire contiene fragancia a vida y movimiento. En las paredes cuelgan hermosos cuadros de pájaros, abstracciones y colores descompuestos. Camino atento entre los muebles, temo desordenar por causa de mi brutalidad, la melodía lejana de un violonchelo suaviza mi andar. Sobre un taburete, en el rincón de la morada, una escultura pequeña tallada en bronce, es un caballo apoyado en una de sus patas, relinchando, sugestiona libertad. Lo tomo en mis manos, su diseño es perfecto, la suavidad del metal es extrema, exagerada.
Subo las escaleras. A mi izquierda el baño y delante una puerta cerrada. Intento abrir, pero no abre. Tomo carrera y con todas mis fuerzas la tumbo, cayendo en el medio de la habitación.
Me levanto agarrándome de la cama que hay a mi lado, sus sabanas blancas y con perfume de oliva, están perfectamente estiradas. Me acerco al gran rosetón que mira al pueblo y aprecio la tranquilidad que sube hasta mí. Doy unos pasos en la habitación. En el suelo, tirado y resquebrajado, un antiguo reloj con números amplios, yace solitario dando las doce en punto. Estoy por abandonar el cuarto, pero un retrato apoyado en la mesa de luz me atrae. Sin tocarlo, me agacho e inspecciono. Una joven niña, sonriendo con timidez, me observa desde la profundidad de la fotografía. Siento una gran familiaridad y adoración recóndita. Me pregunto quien será esa niña. Un impacto espinoso explota en mi pecho, frunzo el ceño y siguiendo mi estupefacción perceptora, abandono primero la habitación y luego la casa.
El sol ya ha descendido, lo suficiente como para decir que ya no sofoca. Miro hacia las alturas, el buitre no está. Camino unos pasos hacia la siguiente casa. El graznido agudo de mi acompañante llama desde la parte superior del frontispicio de la cabaña, giro, él me observa atento y no quita sus ojos de mí. Dudoso retomo mi circuito, con cautela.
La casa que tengo en frente no tiene ventanas, es la única construida con arena y Pórtland, sus paredes están coloreadas con diferentes tonos de humedad. Su puerta de metal está trabada con un candado oxidado. En el suelo hay una maza, la herramienta está a mi alcance, tal vez es casualidad, tal vez no. Agarro la maza y empiezo la pujanza, golpeo con mucha fuerza, una y otra vez, mi antiguo rasguño profundo se abre un poco más y la sangre asoma. Abandono mi tarea. Pienso unos segundos y una necesidad foránea me obliga a intentarlo una vez más. Esta vez lo intento con furia y excitación. El candado cede. Con los ojos atentos y lleno de mesura abro la puerta y entro. Esta vacía. No entiendo, estoy desconcertado, no hay nada, solo paredes y tufo a saturación. Recorro la casa, están las habitaciones correspondientes, pero ningún objeto. Me pregunto cual era la misión del candado. Me siento en el suelo de la cámara más amplia y medito, me cuestiono mi existencia dentro de este pueblo desolado. Termino mi meditación, respiro por última vez el aire condensado y salgo a la calle.
Hay casas que no atraen mi atención, no puedo evitarlo. Mi cuerpo siente el cansancio, me acerco a la fuente y me mojo la cara. Agotado me tiro en el suelo, de forma horizontal y cierro los ojos que se tiñen de anaranjado por el sol. Respiro con intensidad, lleno mis pulmones de oxigeno, en mi distendida mente recuerdo que mi camino no ha terminado. Me paro. Avanzo.
Ya he incorporado la esencia del pueblo. Deseo continuar mi odisea en otra parte, pero antes, la comisaría.
Me acerco observando las abarrotadas ventanas, y como si algo hubiese cambiado, lleno de ánimo renovado, entro.
El desorden es intenso: papeles tirados en el suelo, un escritorio repleto de útiles de oficina, una lámpara rota y fragmentada en un rincón, el escritorio no tiene silla. Una energía delirante me posee, dándome vitalidad y rebeldía rencorosa. El escritorio se transforma en mi enemigo y embisto. Le doy tantas patadas, que no soporta la fuerza enajenada de mi insubordinación y cae. En el suelo el caos es visible, los objetos, quietos y apacibles, demuestran la necesidad de escapar. No pueden. Ahora tengo sed, la garganta seca me ahoga. Dando trancos llego al baño y prendo la canilla de la pileta. El agua es oscura y con olor a podrido. Busco en todas direcciones, ¡la sed!, detrás del retrete una cantimplora. Estoy salvado. Bebo con desesperación, respiro, me calmo. Regreso y busco entre la anarquía del papeleo. Nada me sirve. En el escritorio desbaratado, sobreviven sus dos cajones. Uno vacío, en el otro un revolver. Lo agarro e inspecciono, está en perfectas condiciones. Abro el tambor, tiene una sola bala. Me puede servir para el futuro, lo guardo acomodándolo entre el pantalón y el cinturón, queda bien ajustado. Antes de irme, necesito usar el retrete, pero una mejor idea aparece en mi mente. Bajo el cierre de mi pantalón y me distiendo, la orina empapa en círculos cada cobijo de este detestable lugar.
El sol se está escondiendo detrás de la montaña. Doy una última mirada a mi anfitrión, el olvido impregna la calle que se hunde en la tristeza, derrochando nostalgia. Su silencio me da la despedida en un viento cálido, que me conmueve y toca con deseos de eternidad.
Doy la espalda al pasado y sigo. Mientras mi caminata se efectúa, escucho el sonido de dos alas que se acercan a mí. Vuelvo y presto atención. El buitre vuela directo hacia mi postura. Mis pies se clavan al piso y mis sentidos latentes invocan la defensa. El buitre aterriza, cerca de mí, a casi dos metros. Cierra sus alas y su mirada se clava en la mía, la sequedad de su porte es contundente. No deja de mirarme. Hace un gesto que no logro interpretar y retoma su vuelo. Yo, inseguro y cándido, sin olvidar mi fuerza decisiva, vuelvo a mi travesía.
El camino se empina hacia la cumbre de la montaña. El viaje es arduo y parece no tener fin. Mis ideas son incompletas, llenas de vigor y ávidas de conocimiento. Finalmente llego a la cima. Detrás de la montaña el sol sigue brillando con ímpetu. Allá abajo, en el valle, veo otro pueblo. En el cielo el buitre, vuela acompañando mi figura, adicto a mis movimientos. Comienzo el descenso.
Y así, tropezando en yermos agrestes y relegados, llego a los confines más desatinados y penumbrosos de mi nublada vista. El pueblo esta vacío.

jueves, febrero 14, 2008

El país de octubre...

Este es el primer refrito de este blog... creo que la tercer entrada publicada y bueno, como se que muchos se espantan al empezar a leer esto, mucho menos llegaran a tan tempranas épocas así que...



Para quien le guste lo que hace Ray Bradbury este libro (el país de octubre) va a ser algo así como encontrar un tesoro. Es un libro de cuentos que quizás no sea tan conocido como otros del autor, pero que en el tipo de climas en que se desarrollan está muy bueno.

Lo descubrí una tarde que estaba en la biblioteca nacional haciendo un largo trabajo para el IPA sobre unos pueblos misioneros del 1700 y en un momento de pudrición busqué algo más para leer... debo decir que el lugar en que me encontraba, la biblioteca, la oscuridad alrededor y la mesita iluminada, invitan a leer y sumergirse de lleno en lo que sea que uno lee, y así fue que conocí al libro... Años más tarde, hablando con Gabriel (el paja), tipo que lee y mucho, le conté del libro, que no había terminado de leer aquella tarde en la biblioteca y el lo consiguió... y antes de irse para España me lo dejó encargado. Es un libro al que se aprende a tomarle mucho cariño. al menos así me pasó, además del valor agregado de que me lo legó un amigo que ahora está lejos.
Les dejo con las primeras líneas del libro y a modo de introducción.



El país de octubre

.... el país donde siempre está haciéndose tarde. El país donde las colinas son niebla y los ríos neblina; donde el mediodía pasa rapidamente, donde se demoran la oscuridad y el crepúsculo, y la medianoche no se mueve. El país que es principalmente sótanos, subsótanos, carboneras, armarios, altillos, y despensas alejadas del sol. El país que habitan gentes de otoño, que solo tienen pensamientos otoñales. Gentes quue pasan por las aceras desiertas con un sonido de lluvia...

miércoles, febrero 13, 2008

El día es gris

Hola gente, aca les dejo con uno de los cuentos de mi amigo Gabriel que anda por España y bueno, esta es su primer colaboración (esperemos que haya posteriores) ojalá que les guste y posteen en comentarios lo que les salga...




El día es gris. La humedad resbala en el viento, un viento manso con olor a vino. Ya tengo todo: mi rifle francotirador, dinero, la foto y mi paciencia. Las calles están bastantes vacías, no hay niños ni perros, solo personas con caras tristes que caminan a su trabajo.
A las doce del mediodía él cruzará la plaza, como lo hace todos los días, rumbo al bar, para almorzar y tomarse una cerveza. Mi contacto tiene buenas referencias, solo espero que no se equivoque. Este no es un trabajo fácil, no sé porqué, tengo un presentimiento extraño, nunca antes lo he sentido, debajo del diafragma siento un vacío desgarrante, serán los nervios.
Sigo caminando con mis pasos largos y constantes, intentaré subir al campanario, donde tendré la mejor perspectiva posible. Entro en un bar y pido un café, observo la mugre en la barra y el gesto obsceno que se figura en la cara del viejo cantinero, esto último me intriga bastante y quedo absorto unos segundos pensando en el porqué de su gesto, creo saberlo: oscuridad, deseo e hipocresía, nunca dicho en palabras se deben manifestar de alguna manera.
Pago.
-Muchas gracias, que tenga un buen día- dice el viejo.
En el cielo solo nubes, comienza a lloviznar tenuemente.
Son las diez y cuarenta y cinco, debo apurarme. Llego a la plaza. Hay muchos árboles (esto podría dificultar el tiro), una gran fuente en el centro con adornos de marfil en donde personas retorcidas se entrelazan como hundiéndose en la tierra, y la mayoría de los asientos, los cuales están construidos de madera, están ocupados por parejas de personas mayores. Alrededor de la plaza se sitúan un centro comercial, una escuela, la iglesia y su campanario, y algunos comercios con mucho movimiento y bullicio.
Un joven vestido con colores llamativos y un peinado muy peculiar pasa por mí lado.
-Disculpá, ¿tenés fuego?-pido.
-Claro, toma.
-Gracias.
Enciendo el cigarro y espero, necesito observar el panorama y adentrarme en la intuición e instinto inherentes a mi trabajo. El humo zigzaguea hacia el norte, la llovizna, ya extinguida, ha dejado el pasto mojado.
El día es gris. Los ómnibus empiezan a colmarse, veo gatos caminando en los torrados, la gente sigue triste. Saco la foto de mi bolsillo y la inspecciono. La persona está situada de perfil izquierdo, el ceño fruncido, pelo corto y marrón, facciones poco marcadas y sus labios son gruesos. Lo encuentro muy familiar. No sé porqué, presiento conocerlo.
No es la mejor foto que me hayan podido brindar. De todas formas sé como estará vestido: traje negro y corbata roja, seña particular de la empresa donde él desarrolla su oficio.
Es hora de subir al campanario. Entro en la iglesia. El silencio es abrumador, la gente mira hacia delante sin saber bien porqué, algunos de rodillas murmuran palabras que llevan repitiendo durante años.
Camino hasta el final y me paro en frente a Jesús Cristo crucificado. Siempre derrotado, sangrante y sufrido, Jesús. A mi derecha el confesionario y al lado una puerta. Miro en derredor a mi postura, nadie me vigila. Oso introducirme en ella.
Todo está muy oscuro, las escaleras en forma de caracol me dirigen al segundo piso. Hay mucho silencio y en la lejanía del mismo siento unos pasos. Busco un escondite pero la sala es muy basta y no logro encontrarlo, los pasos se acercan. Enfrío mi sentir y me preparo al encuentro. Por un gran portal aparece un cura, no muy viejo, vestido con su sotana y con un libro en las manos. Al verme se sorprende.
-¿Usted quién es?- inquiere.
-Subí por las escaleras porque no he encontrado a nadie de la iglesia.
-Si, pero ¿Qué quiere? Usted no puede estar aquí- informa con un tono seco e imperativo.
Antes de que pueda responder, aparece por el mismo portal una joven monja, llevando unos papeles debajo de su brazo. Ante nuestra presencia baja su cabeza y sigue. El cura le llama la atención.
-Lucia quédese un minuto aquí, que debo hablar con usted. Este señor ya se va.
-De acuerdo padre- responde.
-¿Que quiere usted?- pregunta el cura dirigiéndose de nuevo a mí.
Lucia. Que bellos ojos celestes, su pelo rubio con mechas oscuras es hermoso, que piel lisa y perfecta. Tiene la mirada apuntando a ningún lugar, su postura es a la vez sumisa y desafiante, su cuerpo parece moldeado por Dios. Que bella mujer Lucia.
-¿Qué quiere usted?- vuelve a inquirir el cura subiendo su voz.
-Le explico padre. Yo soy fotógrafo. Mire, aquí tengo mi portafolio con mi equipo y quisiera subir al campanario a sacar unas fotos de la vista del mismo. Sería tan solo media hora, cuarenta y cinco minutos como máximo, son solo unas fotos.
Lucía me mira extrañada mientras se dibuja una sonrisa en su rostro. La observo y presiento que ella tiene algo que decirme. Su semblante posee una seguridad integra mientras las palabras son emitidas.
-No, no se permite subir a desconocidos al campanario. Y mucho menos para fines lucrativos.
-Son solo unas fotos…
-No- interrumpe el cura- váyase por favor.
-Tengo bastante dinero- digo, sacando el fajo de billetes de mi chaqueta.
-¡Que se Vaya! ¿Cómo se atreve a venir a la casa de Dios a sobornar a uno de sus siervos? ¡Váyase!
Sin decir nada más, me doy vuelta y me dirijo a las escaleras, pero antes echo una última mirada a Lucia. Ella me mira apenas y vuelve su rostro al cura.
Vencido salgo de la iglesia. Maldigo mi suerte y por supuesto al cura.
La calle sigue igual. Dudo entre intentar escabullirme por las escaleras hasta el campanario o buscar una nueva posición. Lo de las escaleras puede ser peligroso, levantaría sospechas. El centro comercial es ideal, pero hay demasiada gente. No sé que hacer. Falta media hora para las doce.
-Hola fotógrafo- una voz llama detrás de mí.
Es ella.
-Hola Lucía.
-Yo puedo ayudarte, conozco la iglesia más que nadie, he vivido aquí toda mi vida.
-De acuerdo. ¿Cómo hacemos?
-Pero antes, quiero algo.
-Tengo mucho dinero-digo tocando el bolsillo de mi chaqueta
-No tonto, yo no quiero dinero.
-¿Y que querés?-indago.
-Quiero que me beses. Solo eso.
El día es gris. La miro extrañado y dudoso, me pregunto porqué querrá eso de mí. Es tan bella…
Hay mucha gente y no se vería bien que una monja estuviera besando a un desconocido en la puerta de la iglesia. Ella me observa calma y confiada.
La beso. Sus labios son extraordinarios, una suavidad y exquisitez únicas, su sensualidad infinita emerge desde su interior. No puedo dejar de besarla, el beso sigue, sigue, no termina de encenderse. Ella finaliza.
Me mira sonriente, complacida y alegre.
-¿Vamos?
¿Por qué creo conocerla de antaño? ¿Quién es? ¿De donde sale esa belleza primitiva? Nunca antes he besado nadie con esa intensidad.
-Hey tonto, ¿vamos?- vuelve a preguntar.
-Si, vamos.
Nos aventuramos en la iglesia. Ella sumamente atenta y resoluta me guía hacia una escalera que desciende. Bajamos y caminamos unos cuantos metros, todo esta iluminado por velas, un aire ancestral colma la insidia ambiental.
-Mira, sube por estas escaleras -dice señalándome el camino-, llegarás al campanario. Sube hasta arriba del todo, porque la campana es movida desde un piso anterior al último. Escóndete y no dejes que te vean.
-Solo son unas fotos…
-No me importa que hagas ahí arriba, solo hazlo y vete- me interrumpe concentrada.
-Gracias Lucía.
-Gracias a vos.
Las escaleras son muy antiguas. Pierdo la cuenta de cuantos pisos he subido. Mis piernas están agotadas. Por fin llego.
La visión es esplendida, tengo un panorama excelente para mi misión. La hora se acerca, todo es tan raro. Creo tener un deja vú. El aire se vuelve espeso, el gris se mueve de un lado a otro, la humedad condensa los sentidos y sé que esto ya lo he vivido.
El día es gris.
Saco mi rifle y preparo cuidadosamente mis herramientas. Sobre un pupitre abandonado coloco el trípode que sostendrá el arma. La colocación es perfecta. La mira tiene una excelente visual. Con suma paciencia me dispongo a esperar la salida de mi objetivo.
La campana sonará dentro de cinco minutos, debo lograr que el estruendo no descentralice mi sentido unitivo. El movimiento en la calle se hace más dinámico, los coches abundan, los árboles son movidos por el viento. Ya está por salir. Dirijo la mira a su local de trabajo.
La campana suena. El sonido es ensordecedor. La gente empieza a salir de los establecimientos, de la escuela salen los niños juguetones como en una estampida africana, las palomas emprenden vuelo, ya son las doce.
¡Ahí está! Vestido como me han dicho. Camina acompañado de una chica muy elegante, flaca, con un andar soberbio y vestida de negro. Conversan alegres, ambos sonríen. No puedo ver bien el rostro de mi objetivo, no voltea, no saca sus ojos de la chica. Pero es él, estoy seguro.
Está por llegar a la fuente, ahí está mi tiro. Apoyo mi dedo índice en el gatillo y me dispongo a disparar.
La campana ha dejado de sonar.
Una ola de frenesí sube por mi pecho, ya conozco esta grata sensación.
Ahí está él. Vuelve su rostro hacia mi posición. Aprieto el gatillo.
Sus ojos se clavan en mí. ¡Un momento! Ese soy yo.
El día es gris… y ya he cumplido mi misión.

lunes, febrero 04, 2008

La historia de Lisey

Stephen King explora la Alegría del matrimonio y el dolor de una perdida

Lejos de pensar en un retiro, el autor de innumerables best sellers de terror regresa con una historia más bien psicológica, pero a su estilo.


Publicada 17 de octubre de 2006, El Diario de Hoy Motoko Rich

El Diario de Hoy
vida
@elsalvador.com

Es evidente que Stephen King tiene muy pocos problemas para invocar a su musa: con más de 40 libros publicados, parece no tener impedimento alguno para escribir en abundancia; y éso a pesar de que él aseguró, hace cuatro años, que planeaba retirarse.

Sin embargo, King, de 59 años, mejor conocido por los aterradores cuentos “Carrie” y “El Resplandor”, afirma que elaborar un libro es diferente a escribir uno verdaderamente bueno. Eso es lo que este autor cree haber hecho con “La Historia de Lisey”, una novela que será publicada el 24 de octubre por Scribner.

“Es como surfear en la séptima ola”, afirmó King recientemente. “Montás seis que son buenas, y la séptima es verdaderamente grande”. No obstante, con cada séptima ola, se arruina la diversión, “así que en realidad solo cada 49 olas surge una que es verdaderamente muy, muy buena, y me sentí así con ‘Lisey’”.

En esta ocasión, King, una de las pocas verdaderas estrellas de rock del mundo literario, ha escrito una novela que, como “Bolsa de Huesos” (1998) o las novelas de “Diferentes Temporadas” (1982), no renuncia en su totalidad al horror, pero ciertamente los trasciende.


El nombre de él en el lomo del libro suele garantizar un éxito de librerías. Pero King quiere que los lectores, y los críticos reconozcan que no es un escritor mercenario.

“Te ganas la reputación de ser un éxito de ventas e inmediatamente te colocan una etiqueta”, que casi te obliga a escribir para el común denominador más bajo, aseguró. “Todo lo que he tratado de hacer es trabajar duro y mejorar”.

Agregó que con “La Historia de Lisey” “no estoy diciendo que es prosa sin muertos o que es un clásico. Estoy diciendo que me sorprende que tenía este libro dentro de mí. Realmente es un libro afortunado”.




Relatada desde el punto de vista de la mujer, la novela es una vibrante celebración del lenguaje, en especial el dialecto compartido por el matrimonio.

El libro está condimentado con palabras vívidas como “Incunks” (el nombre impuesto a la pareja por los profesores que estudian la obra de Scott), o “Bad-gunky” (la referencia que Scott hace de la locura que a veces se apodera de él y de otros miembros de su familia).

Además Scott, y después Lisey, viajan de ida y vuelta a un mundo alternativo, que a la vez es hermoso y monstruoso, conocido como “Boo’ya Moon”.

King comenzó a escribir “Lisey” hace tres años, mientras se recuperaba de un severo brote de neumonía que lo llevó al hospital durante casi un mes. Este fue su segundo encuentro con la muerte, luego de haber sido golpeado por una camioneta, en 1999. La semilla de la novela, aseguró, surgió a su regreso del hospital, cuando se enteró que su esposa, Tabitha, había comenzado a renovar su oficina.

Cuando entró en la habitación, la vio convertida en un granero. Las alfombras habían desaparecido y la mayoría de sus libros y documentos estaban en cajas.

“Entré allí y apenas podía caminar y respirar”, recordó. “Pensé, así es como se ven los lugares cuando alguien ha muerto. Entonces pensé para mí mismo, ésto es lo que es ser un fantasma”.


Pero lo que realmente quería hacer, era “escribir un libro sobre una mujer que fuera la fuerza impulsora del matrimonio de un hombre famoso”.

Aunque su propia esposa es la evidente inspiración de “Lisey”, el autor se apresura a señalar las diferencias entre su hogar y el de sus personajes: Tabitha King es una novelista por derecho propio, mientras que Lisey no trabaja. Los King tienen tres hijos, y los Landons no tienen ninguno. No obstante...”, subrayó, “se supone que Lisey debe ser una obra acerca de cómo encontrar a alguien que entiende lo que es vivir esa vida de la imaginación”.

Luego confiesa que es consciente de que “no todos se sienten cómodos con éso, y cuando encuentras a alguien que lo está..., en ese sentido Tabby es como Lisey”.

Voces femeninas
Debido a que escribió con la voz de una mujer, King le pidió a Nan Graham editora en jefe de Scribner, que editara el libro en vez de Chuck Verrill, el viejo editor personal de King. Graham dijo que ayudó con el ritmo y afinando al personaje del título. “Lisey se volvió un poco más compleja y convincente”, aseguró.

En la novela, Scott Landon es un ganador del Premio Pulitzer y del Premio Nacional del Libro, que escribe grandes éxitos de librerías. King nunca ha ganado esos premios, aunque le otorgaron, algo controvertidamente, una medalla por su contribución distinguida a las cartas estadounidenses de la Fundación Nacional del Libro en 2003. “Es una forma de decirle al lector, ‘no comiences con la idea de que Scott Landon es Stephen King”’, afirmó, “porque ese no es el caso”.

Tales detalles pueden provocar que un lector se pregunte si podría, solamente un poco, estar escribiendo una despreocupada despedida del aparato literario. King insistió en que ese no era el plan.


A él parece que le preocupan los autores subestimados que ha defendido, más que él mismo. “Para mí mismo, soy leído, alimento a mi familia, así que me siento muy bien”, aseguró. “A fin de cuentas, no importa, porque o los libros sobreviven o no sobreviven. Voy a morir, y, por Dios, espero que sobrevivan, pero no está en mis manos”.

El intenso enfoque que puso en el lenguaje de “Lisey” surge como una especie de cambio en él. En sus primeros días, King confesó que el concepto de una historia reemplazaba el lenguaje.

Parte de ese cambio, argumentó, fue que comenzó a leer más poesía. Entre sus favoritos están D. H. Lawrence, Richard Wilbur y J. Dickey.

“Te envejeces, encuentras que el tiempo es más corto y lees cosas que no habías notado antes”, explicó. “Dices, ‘ya no puedo esperar para siempre para leer a Eudora welty’. Finalmente leí a Eudora Welty, así que tal vez solamente estoy conociendo a una mejor clase de persona literaria”.

Stephen King horrorizó a sus fanáticos con la amenaza de retirarse de la producción literaria, hace algunos años. “No me sentía bien”, explicó. “Sentía mucho dolor a causa del accidente”.

Pero, de alguna forma, él sabía que no podía dejar de escribir. “Cuando comencé a sentirme mejor, supe que quería trabajar”, agregó. “¿Qué más voy a hacer? No salto con paracaídas”.

La historia de Lisey, futbol chileno y alguna que otra cosa

El lunes de carnaval me despierta silencioso. Primero a las 3 o 4, después a las 7:30, a las 8, y finalmente a las 9:30 de la mañana. Al final parece que tantas indirectas terminaron por convencer. Ayer de noche, después de comer pizza y tomar una coca (vieron, hasta estuve abstemio y todo... por una noche) con mi viejo, luego del clásico boxeo que mira los fines de semana comenzó el espectáculo más espantoso que he presenciado por la televisión... Fútbol chileno (disculpen los hermanos chilenos, ya se que como uruguayo no podría darme el lujo de criticar como se juega al fútbol...) pero es que es espantoso, no juegan a nada, pareciera como si estuvieran enchufados a 220 corriendo por todo el medio de la cancha,pegándose patadas a diestra y siniestra (un foul cada diez segundos aprox.). En todo el primer tiempo, ni una llegada de gol... era horrible pero divertido a la vez. Con mi padre nos reíamos luego de cada burrada que hacían, los pases mal dados, las cagadas de uno de los goleros... buenísimo, pero no apto para cardíacos... no tanto por las emociones sino por el aburrimiento que te entra, de seguro que se corre el riesgo de entrar en un coma profundo. En fin, luego de soportar unos 50 min. poco más de un U de Chile - Ñublense (no se si se escribe así), me encaminé a dormir, que como siempre ocurre, sucede una hora después (en el mejor de los casos)... Estoy probando terapias alternativas... por ejemplo, estoy poniendo música clásica (está muy bueno escucharla por las noches), pero bueno, lo que pasa es que en vez de dormir cierro los ojos y escucho cada nota, cada melodía y se hace más complicado aún el sueño... en fin.
Hoy de mañana decidí terminar de una vez de leer el último libro de Stephen King (la historia de Lisey) que me regaló mi hermano... la verdad es que está muy bueno, quizás es bastante diferente de lo que uno puede esperarse del Stephen, pero esta es en realidad una sorpresa de las buenas. Además tiene una cantidad de frases memorables... y el final es lo mejor. Punto este que quizás a veces erraba, pues el cuento estaba salado, se leía de principio a casi fin, llegabas a las últimas 10 pag. y te querías matar... caso por ej. de uno también nuevo (cell) en fin.
Luego de terminarlo el síndrome de libro terminado. Supongo que a todos los que leen les pasa. Estás con un libro, te metes en él, en la historia, es como el momento que podría durar para siempre... cada hoja nueva es un misterio (en los mejores casos), el familiarizarte con los personajes, entenderlos, etc... y de pronto, última hoja y chau... se acabó el libro. Pero bueno, habrá que superarlo... Tengo uno de Buckowski en stand by también (aunque no es lo mismo), a falta de unas diez páginas... Bukowski es como Henry Miller, son ideales para llevarlos de vacaciones... a la playa, leyendo tirado mientras uno se encuentra en la hamaca paraguaya con un vaso de vodka cortado... Pero creo que el libro que más me costaba terminar fue el Lobo estepario de Hesse... como me costó. Leía de a 2 páginas por día, intentando estirarlo todo lo posible, disfrutarlo al máximo ( y eso que es un libro pequeño). Hasta que al final se termina... y bueno, sobreviene ese vacío. Es como perder a alguien que te acompaña durante un tiempo, casi un amigo... no se, seguro que son boludeces.
son las 10:22 es probable que por fin continúe escribiendo un cuento que tengo medio parado desde mis últimas vacaciones, así que bueno, saludos para todos...
Hasta se me ocurrió una buena frase, que quizás utilice en algún futuro cuento...

Nos veremos en el lugar donde los cuentos nunca se terminan...