No empezaré con
grandilocuencias ni porquerías así. Aquella fue una época de mierda, salvo
ciertas excepciones que no vienen al caso.
La adolescencia, como muchos otros momentos que se supone son los
mejores de la vida, en este caso como casi siempre... fue mentira.
Otra edad de oro con la que sueñan quienes tienen la edad mal llevada.
Aquel era un liceo bastante común, una especie de burbuja en la que a
uno le tocaba crecer.
Chicas de catorce y quince que ya tenían cuerpos por los que ahora solo
podría babear, casualidad será que era lo mismo que en ese entonces hacía.
Había tipos introvertidos, rubias que gritaban a los cuatro vientos sus
preferencias sexuales, idiotas que hacían gala de no haber usado jamás una
neurona, otros que ignoraban cuanto ocurría a su alrededor, los menos demasiado
conscientes de eso, chicas lindas, chicas con buenas tetas, profesores de todo
tipo, no así de color. Todos hablaban de borracheras, de drogas, de polvos,
pero nunca se habían echado uno, se les veía en la cara.
Como en todo liceo teníamos a nuestro propio retardado. Una especie de
fenómeno que vaya uno a saber de qué manera había llegado hasta tercer o cuarto
año en un lugar educativo, quizás hijo de una familia acomodada que pagaba por
sus pecados de esa forma, y es que el destino siempre tiene una forma bastante
divertida de hacer justicia. El idiota era una suerte de patrimonio de la
institución. En todo lugar así tiene que haber alguien tan desfavorecido para
que el resto de los imbéciles se sientan afortunados por haber nacido
“normales”, pero no para alertarlos del simple hecho de que podría ser
cualquiera el que estuviese en esos zapatos... si no fueron ellos fue solo
cuestión de lugar y de momento... pero más vale no pensar en esas cosas.
El retardado era algo grotesco en todos los sentidos, un tipo enorme,
pasado de peso, con granos llenos de pus cubriendo toda su cara como si de
escamas se tratara, siempre vestido de forma ridícula, pareciendo un niño de 8
años en lugar de uno de dieciocho con diez de retraso. Todos le trataban bien
aunque se olía a poca distancia la pena y el asco que por partes iguales
asomaba en los ojos de la gente. Las hermosas jóvenes de piernas perfectas y
tetas en punto de ebullición, tan angelicales, puras, la visión de cualquier
pervertido o violador que pensaría en hacer las peores chanchadas con ellas. A
mí solo me pasaba cuando me dirigían esa especie de mirada que te dirigen
cuando saben que están a miles de metros de altitud en relación a ellas, o
cuando el retardado , en pleno uso de su condición se les acercaba a decir
alguna estupidez. Apenas se daba la vuelta, ellas reían a sus espaldas y para
molestarse unas a las otras se decían que estaba enamorado de tal o cual... ¿Te
imaginas a Tiscornia encima tuyo?
Yo no solo imaginaba esa grotesca escena, sino que las imaginaba
disfrutándolo. Si las muy putas supieran lo que años después harán por un
pedazo de carne entre sus piernas, llorarían, se matarían en ese instante. Lo
imaginaba tocándoles todas sus partes, esa zona que reservaban para su príncipe
azul y no para el renacuajo que finalmente se las cogería, o un imbécil cinco
años mayor que les prometiera amor eterno y que luego de acabarles en la boca,
hacerles lo inimaginable en ese momento, les dejaría llorando, sintiéndose
sucias y en el peor de los casos con un hijo. Si, Dios tiene un extraño sentido
del humor.
Al igual que todos en su clase el retrasado moría por una muchachita de
quince, con un cuerpo perfecto y una cara mezcla de nunca tuve una pija en la
boca y de si la tuviera te vaciaría en dos segundos, una de esas combinaciones
perfectas. Ambar era una muestra del común de las chicas de su edad, ignorantes
de que a pesar de esa mente infantil ya tienen forma de mujer. Que detrás de
ese movimiento que hacen al andar, con las polleras yendo de lado a lado, tan
inocente, ese juego a ser sensual, en el mundo exterior les llevaría a tipos
adinerados que las violarían en cualquier situación conjuntamente con su
primera borrachera, o peor aún, se las cogería algún tipo pobre, o delincuente
común en una muestra de justicia social más que brutal, pero tan válida como la
quema de un banco o el derrocamiento de un gobierno corrupto. Resulta que los
que somos viejos verdes, ya éramos jóvenes verdes en aquel momento, y que
aunque ninguno lo admita jamás, esos pensamientos siempre se atraviesan en la
mente de un adolescente. La verdad era que todos queríamos cogernos a Ambar y
el retardado no era la excepción. Con una mezcla de infantil encariñamiento y
de asquerosa sexualidad reprimida la veía pasar con sus amigas, mientras de su
boca se escapaba casi que de forma gutural, como un gruñido, acompañado de un
torrente de baba que le caía por la comisura de esos labios excesivamente
gruesos y mordisqueados un Ammmmmmbaaaaaaa, a lo que alguno de los desterrados
sociales que solían juntarse con él, por lo general niños de primer año
acompañaban con bromas sobre – está buena la ammmmbaaa ¿verdad Tisco? Como
estaría para hacerse una rusa con sus tetas. A lo que el retrasado respondía
con una sonrisa siniestra, como si todo eso de su limitación mental fuese una
treta, mostrando al monstruo que afiliaba sus dientes detrás de aquella
cordillera de granos asquerosos que recortaban su cara.
La primer desilusión
amorosa fue cuando para su cumpleaños los compañeros de clase no tuvieron mejor
idea que la de montar una farsa en la que Ambar estaba enamorada del imbécil y
para hacerlo más real aún, la convencieron, previas cartas falsas de amor que
él leía con el mayor de los orgullos mientras que los espectadores, conteniendo
las risas, escuchaban divertidos. Dicen que quiere tener un hijo contigo, en
serio, le decía un gordo que quedaba por fuera de todo en aquel lugar, menos
cuando de joder a Tiscornia se trataba. Es que resulta que para reírse del
pobre imbécil se anotaban todos los otros desplazados, los que a pesar de ser
“normales”, eran objeto de burlas de los demás, de los tipos populares, de las
pseudo estrellas de fútbol, de los niños de buena familia y hasta de los
profesores. El joderle la vida a Tiscornia era casi como su único momento de
escapatoria, lo único que les hacía sentirse parte de toda aquella mierda.
Como todo lo que parecía bueno que le iba a ocurrir a Tiscornia, aquella
farsa terminó mal, cuando al enterarse Ambar de que aquella broma iba en serio
le dijo frente a frente, ¿te viste en el espejo, como podría alguien querer a
un monstruo como vos? ¿que quiero un hijo contigo? De seguro sale tan espantoso
y retardado como vos. Preferiría meterme un pescado muerto en la concha antes
de que me toques una teta. Se dio media vuelta mientras todos los imbéciles
reían al unísono. El retardado se quedó sentado en un banco, mirando fijamente
la nada, las lágrimas cayendo por su cara y con la mayor tristeza del mundo
aquel asqueroso Ammmmmbaaaaa se transformó en un ambaaa... cada vez más bajito.
Pasada media hora, y como aquello ya no tenía gracia, le convencieron de
que había alguien de segundo año que le estaba haciendo burla. Mierda, que era
retardado, pero con un orgullo demasiado grande que contrastaba con su falta de
inteligencia... y es que la puta naturaleza compensa. Aquel pobre infeliz de
segundo fue bolsa de boxeo del retrasado. Aquel tipo flaquito, que no era más
que un niño adquirió la cara de Ambar, la de los tipos deportistas, la de los
otros desplazados que reían de él, la del mundo entero... y luego de dejarlo
tirado y escupiendo sangre por la boca, Tiscornia era de nuevo un héroe, todos
le vitoreaban, coreaban su nombre y aquel momento fue perfecto para él.
Yo era una especie de cosa fuera de lugar, iba a los deportes, pero no
era deportista, estaba solo, pero tenía algunos amigos, prefería leer, pero no
era discriminado, yo sólo buscaba un sitio tranquilo, lejos, y entonces en una
noche de las que había partido de basquetbol en los que yo corría como si de
una maratón se tratara, dejando a un lado la sutileza que se supone caracteriza
al juego, para ir sin ton ni son con la pelota, rebasando defensores a toda
velocidad, para llegar un par de segundos antes debajo del aro e intentar
embocar esa pelota excesivamente grande dentro de un círculo de proporciones
similares, para fallar una y otra vez el tiro, hasta que llegaban todos
alrededor y yo agotado y desilusionado perdía el balón, miraba hacia afuera, a
donde el entrenador. Ya ni siquiera me dirigía la mirada. Un muchacho más alto
y más flaco estaba en la línea, había un cambio, yo sabía que era por mí. Al
parecer estaba destinado a ello. No había cosa que pudiera hacer para
cambiarlo, siempre alguna mierda conspiraba para que pasara. Terminó el partido y entonces había como una
hora hasta que empezara a jugar la clase de Tiscornia.. si, es que hasta el
retardado participaba en los deportes y cumplía con la finalidad del mismo
mucho mejor que yo. Al menos era grande y con esa cara de enajenado que ponía,
con el sudor cayendo a chorros por su cara, realmente asustaba. Cuando
Tiscornia entraba en la cancha, las chicas gritaban su nombre, los deportistas
le animaban, todos estaban de su lado. La otra cara de la moneda: todos se
reían de él, era como un espantoso espectáculo en un circo de fenómenos. Pasen
a ver al hombre de dos cabezas, al enano con la pija de 50 cm., a la mujer
barbuda, al adolescente con cabeza de feto, al viejo que no puede morir...él
era el eslabón perdido.
Aquella hora fue una de esas que uno espera borrar de su mente para
siempre. Resulta que había un pendejo dando vueltas en una de esas barras que
separan la cancha de lo que son las gradas por fuera, a metro y poco del suelo.
Barra en la que el pendejo se daba una vuelta con su cabeza pasando a
centímetros del piso, en un círculo casi perfecto, del que se incorporaba
sonriendo y ante la mirada de aprobación de todos los presentes. Yo estaba un
poco lejos, sentado, con la decepción del que no entiende un deporte sin pasión
como aquel, viendo la escena.
Tiscornia se apareció en el lugar y entre los aplausos a uno de los
pendejos se le ocurrió decir, - A ver Tisco, ¿podés hacer eso? A lo que el
retrasado contestó con su estúpido orgullo, - claro que si.
Acto seguido todos los imbéciles allí reunidos lo vieron tomarse con las
dos manos de la barra. Apenas si tenía poco más que la altura de sus rodillas,
pero el muy imbécil intentó dar la vuelta, en la parte más baja, su cabeza se
dio contra un borde metálico de la plataforma de madera que sobresalía del
suelo. El retrasado cayó al suelo abriendo la boca como un pescado recién
sacado del agua y de su cabeza salía un río de sangre. Al principio todos
rieron como seguro reía la masa mientras los nazis capturaban judíos para
llevar al campo de concentración. Las risas cesaron cuando el estúpido de casi
dos metros movió su cabeza dejando ver el charco que se formaba alrededor. El
miedo los invadió por completo, yo solo podía ver la escena, no se me ocurrió que
hacer, enseguida apareció el entrenador, llevaron a Tiscornia a lavarse,
apareció la ambulancia, se lo llevaron.
El técnico nos juntó a todos, y a punto estuvo de cagarnos a trompadas,
nos lo merecíamos, los que empujaron al imbécil a hacer la acrobacia y los que
no hicimos nada por detenerla, los que desde lejos observamos nada más, porque
realmente nos importaba una mierda aquella basura.
Por supuesto que enseguida me sentí una porquería, así me siento quince
años después.
El retrasado volvió a clase una semana después. Vaya uno a saber que le
había dicho el doctor. Lo cierto es que apareció con la cabeza completamente
vendada, no podría hacer deportes por seis meses, quizás por el resto de su
vida, no se sabía demasiado bien aún. Pero aquello fue la novedad durante un
tiempo. Todos le paraban para preguntarle con fingido interés que le había
ocurrido.
Pah, que cagada, perdoná por haberte hecho hacer eso, disculpas y caras
graves por doquier... El técnico dejó de tratarnos como hasta ese entonces.
Entonces no me di cuenta, pero tenía razón, aquello le daba el mismo asco que a
mi ahora. La repugnancia hacia nosotros le salía por los poros. El retrasado
seguía yendo a las prácticas, pero las chicas ya no gritaban su nombre con
cánticos burlones, ya nadie le preguntaba cómo estaba y unos meses más tarde,
el retrasado, desafiando todas las advertencias volvía a jugar al basquetbol,
luego al fútbol y así en una especie de espiral suicida... ser un espectador es
una mierda, y él lo sabía. De a poco todo volvía a la normalidad, si es que así
puede llamarse
Casi a fin de año,
Ambar tenía un aspecto más sombrío, ya no venía con esas medias transparentes,
esa pollera corta se había convertido en una que le llegaba por las rodillas,
la camisa desprendida que mostraba un perfecto escote era un busito azul que
llevaba puesto hasta con más de veinte grados de temperatura. No se juntaba más
con el resto de las chicas populares.
Para mi estaba más linda así, natural.
Seguro que le habían echado el primer polvo, la primera desilusión,
estaba adelantada del resto de las chicas y la única alternativa que encontró
fue el aislarse, irse lejos.
El año terminó y con él salí del liceo, había pasado una puta etapa.
Comenzaba el mundo real, ese que también da asco. Todo un universo de
responsabilidades ineludibles, de caricias que esperan algo a cambio, de
tristeza por nada, de trabajos sin sentido, de noches escribiendo para eludir
cuanto ocurre alrededor, eso que tan poco me gusta.
Fue en una de estas noches que recordé a Tiscornia. Acto seguido me
acordé de Ammmmbaaaaa y de que sería de ella ahora, a los veintipico.
Ojalá que estuviera acostada en un sucio colchón, con las piernas
abiertas, mientras le hacen una buena sesión de sexo oral, pero de ese sexo
lleno de insatisfacción, y que recuerde al retrasado, con el cuerpo llenos de
marcas por la edad, por los polvos violentos, que se vea a si misma diciendo
¿quién podría quererte? Preferiría meterme un pescado muerto en la concha a que
me toques una teta. Y que por su cara, el rímel barato se corra como si de
petróleo crudo se tratase mientras las lágrimas ruedan por su mejilla...
y que no pueda acabar.