Todos los
viejos se reían , no podía entender porqué. No es que la casa de salud
estuviera mal, pero vamos, que es un tiradero de viejos, a cual en peor estado
y mayor abandono familiar, eso si, mucha enfermera y bastante limpitos y
cuidados para cuando llegaban las visitas de fin de semana.
Los niños
correteando y jorobando, tirando algún bastón, berrinches, gritos, los hijos de
los viejos con sus hijos, alguna cuarentona con buenas tetas, adolescentes
demasiado crecidas para su edad y un largo etcétera.
Eso si,
entresemana los habitantes de ese purgatorio pasaban sus horas mirando
televisión, babeando, manteniendo charlas más o menos incoherentes, a veces con
otros, otras consigo mismo o con terceros que solo ellos veían y escuchaban.
Es
martes de tarde, solo una empleada en el lugar cuidando de los veintipico de
vejestorios que allí vivían. Mi abuela lee, es de las pocas que mantienen
medianamente sus facultades de ser humano. Me paro enfrente, levanta la vista
del libro y me sonríe, empezamos bien, aún me recuerda.
El silencio
se apodera del sitio, todos los viejos se callan mientras charlamos mi abuela y
yo. Miro alrededor y simulan que hacen otra cosa. Todos sonríen. Mi abuela me
dice que es una conspiración, que hacen lo mismo siempre, que traman algo, que
deben de ser judíos.
Yo intento
decirle que si bien los judíos tienen un largo historial de conspiraciones a
todo nivel, no creía que aquellos viejos formaran parte de la trama secreta que
llevaría a una multitud de deshechos de la sociedad medio con alzheimer, medio
sin alguna que otra facultad mental o física a conquistar el mundo, que con
suerte podrían comer algún chocolate no recetado, o tocarle el culo a la
empleada de treinta que parecía como de sesenta, pero nunca podían ser parte de
una conspiración.
Mi abuela
se desentendía, charlábamos un rato más, pero minutos después volvía con la teoría.
El tiempo
parece detenerse en cuanto uno cruza el umbral de esos sitios, los celulares
pierden su señal y se entra en el mundo de aquellos viejos, que nada tienen
que hacer más que esperar la muerte, lenta, pasivamente, sin apuro. Las
cortinas de las ventanas que dan al exterior están corridas, la tele pasa pura
basura.
Le doy un
beso a mi abuela, con la promesa de volver pronto, me voy alejando hacia la
puerta, le pido a la empleada que me abra, me doy la vuelta para verla antes de
salir, ella sigue allí sentada, divina, abriendo el libro en donde lo había
dejado, veo al resto de los viejos mirándome, sus bocas desdentadas, miradas
vacías, todos los viejos se reían en silencio, mientras la puerta se cierra
tras de mi.
1 comentario:
Es muy cierto que asi transcuŕre el tiempo en lugares como esos.
Publicar un comentario