Era la
tarde en la calle principal de un pueblo que ya no estaba en los mapas. Era un
pueblo de mierda, sin nada especial, de unos quinientos habitantes. Terminé
arrastrado por mi novia al cumpleaños de 80 del tío Víctor.
Llegamos,
saludamos a la mitad de la población y fuimos a la casa del tío, que tenía una
especie de patio gigante con parrillero de las mismas proporciones, un toro
mecánico y un montón de gente sentada en largas mesas.
Me
presentaron al tío Víctor, al primo Pocho, a un amigo Paulo, al primo Ramón, al
tío Edward y a no se quien más. Mi novia me contaba historias de todos ellos.
El tío Víctor
estaba en una mesa con un montón de viejos que parecían mafiosos salidos de los
soprano. Y yo preguntándome quien carajos eran primo Pocho, el primo Ramón y
los restantes parientes que me había ido enumerando mi querida.
la tarde se
fue haciendo noche y la noche se fue viniendo medianoche, cuando dejé de ver a
Luciana. Estuve un par de horas esperándola fumando en el patio, mientras los más
jóvenes se iban yendo al club social, donde al parecer tocaría alguien, saludé
al tío y le dije que iba hacia allá, en caso de que viera a mi novia por si
podía avisarle.
- No se
preocupe joven amigo, vaya tranquilo y diviértase, que mi sobrina debe haber
ido con los primos a dar una vuelta.
Más molesto
que preocupado me fui hasta el centro del pueblo y entré en el club, atraído
por el sonido de una canción conocida que decía: " se que muchas veces
dije que el lobo venía pero esta vez el lobo está acá". Suena igual que el
Pity me dije mientras buscaba al cantante con la mirada. Y ahí, escondido al
lado del batería estaba el mismísimo Pity entonando su canción.
Un tipo
gigante como un oso me tapó la visual.
- Te
metiste con la mujer equivocada me dice, mientras la gente alrededor se abre un
poco haciendo un círculo y mirando la escena.
- no loco,
me parece que estás equivocado.
- Sos el
tipo con el que vino Luciana ¿no? ¿de la capital? me dice con cara de estúpido.
- Si,
supongo que soy yo, pero no creo que esté con la mina equivocada. ¿cual es el
problema? le digo apelando a que el gigante quedé descolocado en la charla, sus
dos neuronas no hagan sinapsis y se retire frustrado sin tener que comerme una
paliza de esa mole sin cerebro.
- El
problema es ese, que te metiste con la mina de otro y te van a cagar a palos.
Me río,
esbozando el recurso de alguien que no entiende que carajo pasa, el gigante se
sonríe también.
- Me gusta
este tipo dice pechándome mientras pasa a mi lado.
Miro
alrededor como buscando una explicación y miro hacia la barra. El cantinero, un
tipo de mi misma edad y altura me mira con odio y simula un revolver con los
dedos, cuya bala supongo yo se estrellaría contra mi, el gigante se le acerca y
él le da la mano. La canción termina y el Pity desaparece sin dejar rastros del
escenario, me acerco y pregunto por él, no quería irme sin saludarlo y me dicen
que el loco ya se metió en un auto que lo iba a llevar al próximo toque cien
kilómetros más al sur.
Salgo del
club y en la plaza vacía encuentro un carro de chorizos, pido una cerveza y me
siento en un banco, a mi lado se sienta una mina bastante linda que sale del
club y se pone a llorar.
Miro en
todas direcciones a ver si encontraba algún sentido a todo esto.
- Mi novio
me mandó a cagar me dice recostándose contra mi hombro.
Le ofrezco
un trago y nos ponemos a conversar. El carrito de chorizos cerró y nosotros en
la plaza hablando como viejos amigos, mientras del club salía el sonido de
charlas de alcohol, alguna pelea y una cumbia espantosa que dejaba paso a un
tema brasilero que llenaba el aire de azúcar, alcohol, sudor y sentimientos
horribles alternándose en una especie de octavo círculo del infierno.
la mina
lloró un ratito más y la conversación siguió. Conocía a mi novia, demasiado,
dijo ella. No indagué mucho más, pues no parecía muy contenta con eso y la
charla prosiguió convirtiéndose en coqueteo de a ratos. De mi novia, ni rastro.
Se nos
terminó la cerveza y tuve que volver al club, ella no quiso entrar.
Me acerqué
a la barra y por décima vez miro al cantinero y le pido una cerveza. La mina
que lloraba quien sabe por quién me esperaba fuera.
Un paisano
pasa la mano por delante mío con un billete de cien y pide una grappa. En eso
freno la acción y le digo al barman:
- Disculpá
loco, pero estoy hace diez minutos, sólo quiero una cerveza.
- Esperá
diez más, me responde con asco, mientras la gente alrededor se ríe de su gracia.
- No se que
mierda le pasa a la gente en este pueblo ni que problema tenés, no te conozco.
- Pero yo a
vos si, responde lacónico el barman barajando los billetes y despachando la
grappa.
Miro en
derredor y veo que toda la gente del lugar guardaba silencio, estaban
escuchando el principio del desenlace, el que todos habían ido a esperar. Una
historia en la que yo era el villano involuntario y de la que nadie me había
alertado, como una tragedia griega yo había seguido todos los pasos que me
llevaban hacia ahí.
- Te
metiste con mi mujer, dice el cantinero.
- ¿Perdón?
respondo con incredulidad
- Eso, y te
voy a matar, me dice.
- Ya me
habían contado esa parte, pero no entiendo un carajo, igual, voy a estar por
acá, te espero en el momento que quieras, le digo intentando hacer frente a
algo que mi cabeza estaba empezando a comprender.
- lo que escuchaste, te metiste con mi mujer y
te voy a matar.
- No se
quien carajo sos, y la mujer con la que vine es mi novia hace seis años.
- Fue la
mía hace mucho más, desde ese momento es mi mujer.
En la
cabeza hicieron varios clicks al mismo tiempo, este flaco era Federico. El
pinta con el que la señorita, damisela ausente en cuestión había frecuentado
hasta que nos conocimos, un tipo que infringió todas las normas establecidas
del buen dandy engañador, hombre que se maneja con inteligencia cuando de
engañar se trata, este no tenía ese talento, pero igual lo hacía.
Resumiendo,
ella se cansa de las mentiras y nos juntamos. Resumiendo, él queda pensando que
fue la mujer de su vida, la madre de sus siete hijos que no existieron nunca, y
como en muchas cosas lo más fácil era echarle la culpa a otro, el que su mujer
se hubiese ido era porque yo se la había robado, no porque él la hubiese cagado y mentido a diestra y siniestra en los
cinco años de relación, así que ahí estaba yo, rodeado de gauchos sacados
de un western de bajo presupuesto,
enfrentándome al héroe dolido del pueblo.
- Bueno,
por fin nos conocemos, de nuevo, yo estoy acá en la vuelta, cuando quieras salí
y lo arreglamos.
Agarré una
cerveza fría, dejé los cien pesos en el mostrador y salí del lugar.
El tipo no
parecía tener los huevos suficientes como para salir solo, abrí la botella,
tomé un trago y lo miré desafiante detrás del ventanal, él siguió atendiendo,
la gente volvió a lo suyo y yo me senté al lado de la mina de los llantos, a
ver qué pasaba con ella y ver si alguien podía resultar medianamente amistoso
en ese pueblo de mala muerte.
Mi novia
seguía sin aparecer, ni ella ni el grupejo que había salido de excursión.
Charlamos
con la mina hasta que el sol se hizo presente, momento en que apareció el
gigante que me metió la pesada la primera vez.
- Federico
te reta a duelo me dijo pasándome un papel que tenía escrito la palabra "pistolas".
- ¿y que
carajo es esto? digo mientras leo la nota cada vez más divertido. ¿Es que en
esto pueblo las cosas no se arreglan a las piñas?
- Me gusta
este tipo dice el gigante, pero esta vez con tristeza en la cara de retrasado.
Él te va a buscar a las diez, se dio media vuelta y desapareció.
En mi vida
había tomado alguna vez un arma, salvo en las maquinitas y no con demasiada destreza.
Nos fuimos
con la mina al arroyo cercano y nos revolcamos un rato, yo sabiendo que aquel
podía ser mi último día, sin que la señorita en cuestión se apareciera y sin
más nadie en el pueblo que me tuviera un mínimo de estima, excepto el gigante y
esta mujer.
La gente
empezó a volver a sus casas, la mina se fue y yo me metí en el único bar que
quedaba abierto. Allí estaban el tío Víctor y su camarilla de viejos mafiosos.
Me invitaron a sentarme con ellos.
Armé un
tabaco y mi humo se unió al de ellos.
- Lamento
que tenga que ser así, pero cuando uno es retado a duelo, tiene dos opciones.
Si se quiere retirar lo matamos, la otra es presentarse y enfrentarlo como un
hombre. me contó el tío Víctor.
- Me quedo
le dije, sintiéndome un pistolero en el lejano oeste. ¿Tiene idea de donde está
Luciana?
- Se fue
con los primos de joda, me respondió otro viejo del grupo.
-
Buenísimo, respondí.
Los viejos
me trajeron un arma y me dieron una breve clase de manejo, que mi cabeza llena
de alcohol intentaba manejar de la mejor forma posible.
El tiempo
pasó y charlamos de un montón de cosas de la vida, aquellos viejos eran de la
vieja escuela, con códigos, con ética, mafiosos con clase, que observaban como su pueblo se veía reducido a una sombra
de lo que fue a base de rencores, rencillas estúpidas y estrechez de miras de
sus nuevos ocupantes.
El reloj
dio las diez y tras los apretones de mano correspondientes, me hicieron entrega
del arma.
- El botija
fue nuestro campeón de tiro de pendejo, me dijo el tío con tristeza en la
mirada.
Salí a la
calle y medio pueblo se encontraba afuera, la otra mitad estaba en sus casas
viendo por las ventanas.
El imbécil
estaba a veinte metros mío, con el revólver enfundado y mirándome. Me armé un
tabaco, lo prendí y solté el humo, ante la impaciente mirada de la gente.
Se me
acerco uno de los mafiosos y me dijo:
- es a un
sólo disparo, las armas sólo tienen una bala.
- Solo
preciso uno para matar a este hijo de puta gritó Federico a lo lejos.
Asentí con
la cabeza, me dieron un cinturón y ahí metí el revólver.
En ese
momento Luciana llegaba de su noche de alcohol y quien sabe que más, viendo la
escena con cara de ya sabía yo que esto iba a pasar. Cruzamos la mirada y se
quedó parada con su grupo en la vereda.
El juez
hizo sonar un ringtone con el que comenzaba el duelo. Desenfundé como pude, el
otro hijo de puta me medía a la distancia con su arma apuntándome, disparó
primero, al instante disparé como pude, pasó una eternidad entre ambos tiros, las balas se encontraron a mitad de camino con
una pequeña explosión. El tipo miró con cara de incredulidad, yo solté por fin
el humo de mis pulmones, sabedor que había sido la mejor de las suertes y las
casualidades. Pero nadie más sabía de esto, creyeron que al haber sido yo el
segundo en disparar lo había hecho por gusto.
Federico
tiró el arma, miró alrededor, cagado hasta las patas y se fue corriendo,
llorando pueblo abajo.
La gente se
me acercó, me saludaron, el tío Víctor dijo:
- si
hubiera sabido que disparabas así ni me preocupaba y se prendió un habano.
Luciana salió corriendo en dirección a Federico. La mina que lloraba se me
acercó y me plantó un beso en la boca, el tío rió:
- Sin duda
que se merece un buen polvo después de esto, dijo riendo.
El sol brillaba en la calle principal de un pueblo
que ya no figuraba en los mapas y yo me despertaba a las tres de la tarde en la
cama de una mujer que no era la mía. Sólo falta que me rete a duelo el marido
pensé mientras me ponía los pantalones y rumbeaba a casa del tío de mi novia.