Hagan de cuenta por un momento que el video que ilustra este post no es una propaganda del diario el país.
Cuando tenía algo así como diez años y las clases terminaban, se venía el calorcito y todos los niños del barrio salíamos a jugar hasta cerca de la madrugada, cuando las madres salían a terminar con aquella maratón de fútbol, charlas de pasto, alguna que otra pelea y sin preocupaciones absurdas de la adultez aparecía Mario el diariero.
El juego se cortaba por unos minutos para acercarnos a él y con el estrechón de manos más sincero, desinteresado y divertido nos saludaba uno por uno a los cuatro o cinco de la banducha.
Todas las noches pasaba por el barrio, no se si vendía algún diario a esas horas, o si éramos una parada en su camino de vuelta a casa, la cosa es que durante años el tipo fue fiel a la cita.
El tiempo las hizo más erráticas, o acaso nosotros recién entonces nos dimos cuenta. Mario pasaba y saludaba con aliento de wisky (ahora intuyo que era wisky), posiblemente de la mala calidad del que me estoy tomando en este momento, pero el saludo y la sonrisa franca siempre estaban allí.
Una vez el canilla de nuestro barrio llegó a estar tan borracho que intentaba bajar por el edificio a pisos por debajo de la planta baja que no existían. Se daba cuenta y se iba, lo mirábamos de lejos con esa tristeza de niño que está creciendo y que de a poco se va dando cuenta que las cosas se están derrumbando
.
Si quisiera poner una fecha, no podría, la infancia se recuerda así, como momentos entreverados en el tiempo.
Mario se desvanecía mientras de a poco terminábamos la escuela (supongo). Pasaron algunas de las peleas de pibes que teníamos con el Fede, gran amigo de aquellos tiempos, los fracasos amorosos que me acompañan siempre, jejej (en aquellos tiempos cosa extraña, las mujeres, bah, las niñas digo y no tan importante) y las noches de verano se escaparon como la arena cuando uno intenta agarrarla y una noche recién empezadas las clases (con resacas de juego en el barrio hasta tarde) apareció la hija de Mario, una mina que no llegaría a los dieciocho, pero que la vida difícil hace parecer muchos más, preguntando por su padre, si lo habíamos visto en los últimos tiempos, y lo cierto era que no.
Desde aquella noche los apretones de mano en que consistían en nuestro ritual y las breves charlas se terminaron.
Desde aquella noche Mario faltó a la cita y ahora unos veinte años después, de faltar yo, de silencios y entierros en la memoria, la noche del domingo, mientras en el barrio tocaba el Jaime el grito del canilla, me acordé de nuestro canilla, de nuestro vendedor de diarios y le debía al menos este pedacito de historia.
Sonó el grito del canilla, muy bien la banda, el Jaime impecable, pero como todo en la vida faltaban cosas, o mejor dicho, gente. Aquella noche no estaban ni el Canario Luna ni Mario nuestro diariero y la sensación de que se perdió demasiado de aquellos tiempos o de que quizás me estoy viniendo viejo y este es solo otro síntoma.
Esta noche brindo por vos, con un wisky digno de la ocasión y un tabaco para limpiar el aire.
http://www.youtube.com/watch?v=eZiRHKQv-xM
El futuro en el cielo
Hace 3 años.
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