Ella me quería, de eso estoy
seguro, lo que nunca logré entender era porque, eso y el hecho de que jamás me
respondiera ninguna de las siete mil cartas que por aquellos tiempos envié, con
su nombre y dirección escrito en un sobre y mi sangre e ilusiones como la tinta
jamás me escribió.
Nunca una
respuesta, algunas cartas incluían regalos, hablaban de las cosas que habíamos
pasado juntos, de lo que le gustaba, de lo que me gustaba.
Años
después conocí a un amigo que trabajaba en el correo. Tendría que haberlo
sabido.
Habían
pasado digamos que diez años luego de la última carta y luego de la última
esperanza (tardía es cierto) de recuperar a esa mujer, cuando por amigos en
común me enteré que la habían visto de nuevo en la ciudad. Casada, con dos
hermosos hijos y de la mano de un otrora cartero corriente, ahora devenido en
jefe de la oficina de correos local.
No es que
esto de por si reporte un hecho inusual,
podría decirse que los funcionarios postales son hasta personas, seres humanos
casi iguales a cualquier otro, que pueden amar, querer y
casarse con la mujer que se escapó de tu amor.
Volviendo
al punto, una noche de borrachera con este amigo cartero, estando en su casa,
surgió la propuesta de llamar a unas putas para animar la velada y en esas
cavilaciones, el cartero me dice:
- tengo una
idea mejor, es algo que hacemos los carteros bastante seguido, pero es un
secreto profesional, ¿puedo confiar en que lo mantendrás?
- Claro,
respondí, incumpliendo desde el inicio de estas líneas a mi promesa.
Mi amigo
sacó el bolso lleno de cartas y eligió unas cinco al azar.
- Las de
viejas con chismes son las mejores, me dijo, abriendo una.
Empezó a
leer las líneas, hablaban sobre una mujer casada que engañaba a su marido con
otro, también conocido de la destinataria, al final las palabras explotaban
como una bomba:
"y
espero que puedas encontrar perdón para mi, ese hombre es tu marido".
Así pasaron
las cartas una por una.
Me contó de
la siniestra metodología de los funcionarios, esos seres que uno piensa
incorruptibles. Los custodios de nuestros amores, de nuestros deseos, de
nuestros más profundos secretos. Y al parecer estas gentes, por momentos
aburridas, solían hacer estas cosas en las noches de borrachera, o en las
mañanas de ocio. Abrían las cartas de otros, si, las abrían y las leían, se
reían de las historias de otros, eso los hacía vivir otras vidas, y tanto, que
según mi amigo me contó, algunos carteros, menos íntegros que otros, tomaban
las cartas de amor y empezaban a seguir a la mujer destinataria. Valiéndose de
toda la información que las mismas contenían, incluso de los regalos, buscaban
los momentos perfectos para aparecerse en la vida de nuestras mujeres, nuestras
amadas.
Entonces,
si en una carta, uno escribía un verso de Neruda, que uno mismo decía que a
ella le gustaba, el cartero comenzaba su estrategia sentándose en una plaza con
veinte poemas de amor y una canción desesperada, esperando a que ella pasara.
Mientras la mujer caminaba por su lado, el cartero distraído hacía como que se
le caía el libro, ella se agacha, lo recoge, mira la tapa y le sonríe. Esa
sonrisa era para mi, cartero hijo de puta!!! Eso era de mi historia!!! Y así el
cartero se adueñaba de nuestras vidas.
Obviamente
que partir con toda esta información, que a uno le cuesta años, errores y
desaciertos el adquirir, sirven como anillo al dedo al que anda merodeando y lo
utiliza para ganarse el afecto de una mujer.
Después de
esa noche, me informé un poco más sobre el esposo de mi ex amor.
Y si, sus
destinos como funcionario fueron siempre los de ella. Utilizó todas mis cartas
para levantársela. Y lo hizo, se la levantó, y no sólo eso, le hizo dos hijos,
los dos que yo nunca tuve con ella.
Esos hijos
son míos pensé mientras mi amigo el cartero leía una carta de quinceañeras
bastante picante, en eso llegaron las putas y luego de los primeros diez
minutos perdí un poco el sentido.
Y bueno,
puedo considerar que mis plegarias de venganza fueron atendidas, entrado el
siglo XXI, ya nadie escribe cartas, todo marcha por celular o por mail, los
carteros ahora son tipos de cara seria y aburrida, que deben vivir sus propias
vidas, sin poder sacar piques de los de las demás, entregando facturas a la
gente. Su mayor venganza consiste ahora en llevarlas vencidas.
En las
rondas de funcionarios, los más viejos cuentan a los carteros más jóvenes de
las buenas épocas, en que leían sobre las vidas de los demás, en que jugaban a
inmiscuirse en ellas, hacían apuestas sobre quien se levantaba a la minita de
tal, añorando esos tiempos en los que no sólo eran los que llevaban nuestras
botellas en el mar, en los que ellos se volvían nosotros.
En una de
esas charlas el cartero que se casó con mi mujer, si mi mujer, contó como una
tarde abrió una carta que iba para su esposa, que no llevaba remitente y en que
se leían solo 11 palabras.
- Ya lo se
todo, conozco su conspiración, cartero hijo de puta.
Pasado el
tiempo me consuelo pensando que el cartero hijo de puta tuvo que ser yo para
ganarse a esa señorita, así que en algún sentido, ella se volvió a enamorar de
mi.