martes, abril 25, 2017

Historias de blog, cap. 1 - Cadáveres ilustres

Estimados, se irán publicando los posts que conforman la edición del fanzine "Historias de blog", cuya edición impresa puede conseguirse por mensaje.
El 1er. capítulo viene desde Honestidad Brutal, el ya extinto blog de mi queridísima Gregoria Samsa, rescatado para ustedes.


Cadáveres Ilustres


"Todos tenemos un muerto en el placard"
(como mínimo)


Y como ya es costumbre, Gregoria sigue desmenuzando dichos célebres del populacho... Y este hace alusión a un tema que da para largo...
el de ese "lado oscuro" que todos tenemos. Y no hablo de algo tan literal como un amante metido en el ropero, o un fiambre literal... (¡que algunos de hecho lo tendrán!) sino de ese cadaver que todos tenemos en el placard, que representa esos aspectos de nuestra vida cotidiana que uno se empeña en ocultar para con sus pares, ya sea por miedo al ridículo, por cuestiones morales, por miedo a ser juzgado o a sentirse unfreak... o por cualquier otro motivo. Hay varios tipos de cadáveres escondidos en nuestros roperos... 

Estan los cadáveres que uno no muestra a la luz porque le parecen totalmente intrascendentes, que son aspectos pequeños de la privacidad de cada uno y que no implican ninguna transgresión moral...

Hay gente que se come los mocos, otros que mastican chicle con la boca abierta, hay gente que se calienta mirando Hentai, y otros que escuchan Heavy Metal, pero esconden algún mp3 de Arjona en su PC. 

En algunos casos el cadaver puede ser más gordo que otros: no es lo mismo el cadaver del ropero de un señor/a que lleva dos familias paralelas, por ejemplo, al de un adolescente que fuma faso a escondidas de sus viejos. ...

Pero el asunto que me lleva hoy a escribir no es el cadaver en sí, sino lo que ocurre en las relaciones humanas cuando se abre ese placard... cuando ese otro que hasta ahora era de cierta manera, pasa a ser contemplado por nosotros con todos sus matices, desde los aspectos positivos más marketineros, hasta los matices más jodidos.

Es un hecho que cuando comenzamos a conocer a alguien, de cierta forma casi inconsciente hacemos una cuidadosa selección de nuestras mejores bondades, y el tufo del fiambre en el ropero se comenzará a sentir después... y es ahí, recién ahí, que a mi juicio, entra a correr el verdadero amor, la verdadera amistad, etc...

El problema es con qué criterio regular el muestreo de nuestras bondades y miserias cotidianas...

1- Están los que en breve, te invitan a su casa, te abren el ropero, te muestran el muerto así sin más, y luego vos ves si te quedás o te vas corriendo despavorido...

2 - Están los que te niegan la existencia del ropero, que se te venden cual licuadora multifunción de propaganda de "Teleshopping", que a primera vista parecen el mejor producto del mundo, pero luego de dos manijazos, no son más que un gran conjunto de plásticos ensamblados para el orto, y que hasta te olvidaste para que servían...

3 - Después están los que se congracian con tu ropero, y te muestran el suyo, envolviéndote en el verso naif del"somos iguales", cuando más adelante te enterás que en vez del ropero te estaban mostrando el botiquín del baño.

Y luego de haber sido una pelotuda ávida practicante del método uno...
Y luego de haber sido bombardeada por practicantes del método tres...
Y luego de haber sido yo misma el fiambre en roperos ajenos...

La pregunta del millón: ¿Dónde corno está el maldito término medio?


domingo, abril 16, 2017

Dos balas

Era la tarde en la calle principal de un pueblo que ya no estaba en los mapas. Era un pueblo de mierda, sin nada especial, de unos quinientos habitantes. Terminé arrastrado por mi novia al cumpleaños de 80 del tío Víctor.
Llegamos, saludamos a la mitad de la población y fuimos a la casa del tío, que tenía una especie de patio gigante con parrillero de las mismas proporciones, un toro mecánico y un montón de gente sentada en largas mesas.
Me presentaron al tío Víctor, al primo Pocho, a un amigo Paulo, al primo Ramón, al tío Edward y a no se quien más. Mi novia me contaba historias de todos ellos.
El tío Víctor estaba en una mesa con un montón de viejos que parecían mafiosos salidos de los soprano. Y yo preguntándome quien carajos eran primo Pocho, el primo Ramón y los restantes parientes que me había ido enumerando mi querida.
la tarde se fue haciendo noche y la noche se fue viniendo medianoche, cuando dejé de ver a Luciana. Estuve un par de horas esperándola fumando en el patio, mientras los más jóvenes se iban yendo al club social, donde al parecer tocaría alguien, saludé al tío y le dije que iba hacia allá, en caso de que viera a mi novia por si podía avisarle.
- No se preocupe joven amigo, vaya tranquilo y diviértase, que mi sobrina debe haber ido con los primos a dar una vuelta.
Más molesto que preocupado me fui hasta el centro del pueblo y entré en el club, atraído por el sonido de una canción conocida que decía: " se que muchas veces dije que el lobo venía pero esta vez el lobo está acá". Suena igual que el Pity me dije mientras buscaba al cantante con la mirada. Y ahí, escondido al lado del batería estaba el mismísimo Pity entonando su canción.
Un tipo gigante como un oso me tapó la visual.
- Te metiste con la mujer equivocada me dice, mientras la gente alrededor se abre un poco haciendo un círculo y mirando la escena.
- no loco, me parece que estás equivocado.
- Sos el tipo con el que vino Luciana ¿no? ¿de la capital? me dice con cara de estúpido.
- Si, supongo que soy yo, pero no creo que esté con la mina equivocada. ¿cual es el problema? le digo apelando a que el gigante quedé descolocado en la charla, sus dos neuronas no hagan sinapsis y se retire frustrado sin tener que comerme una paliza de esa mole sin cerebro.
- El problema es ese, que te metiste con la mina de otro y te van a cagar a palos.
Me río, esbozando el recurso de alguien que no entiende que carajo pasa, el gigante se sonríe también.
- Me gusta este tipo dice pechándome mientras pasa a mi lado.
Miro alrededor como buscando una explicación y miro hacia la barra. El cantinero, un tipo de mi misma edad y altura me mira con odio y simula un revolver con los dedos, cuya bala supongo yo se estrellaría contra mi, el gigante se le acerca y él le da la mano. La canción termina y el Pity desaparece sin dejar rastros del escenario, me acerco y pregunto por él, no quería irme sin saludarlo y me dicen que el loco ya se metió en un auto que lo iba a llevar al próximo toque cien kilómetros más al sur.
Salgo del club y en la plaza vacía encuentro un carro de chorizos, pido una cerveza y me siento en un banco, a mi lado se sienta una mina bastante linda que sale del club  y se pone a llorar.
Miro en todas direcciones a ver si encontraba algún sentido a todo esto.
- Mi novio me mandó a cagar me dice recostándose contra mi hombro.
Le ofrezco un trago y nos ponemos a conversar. El carrito de chorizos cerró y nosotros en la plaza hablando como viejos amigos, mientras del club salía el sonido de charlas de alcohol, alguna pelea y una cumbia espantosa que dejaba paso a un tema brasilero que llenaba el aire de azúcar, alcohol, sudor y sentimientos horribles alternándose en una especie de octavo círculo del infierno.

la mina lloró un ratito más y la conversación siguió. Conocía a mi novia, demasiado, dijo ella. No indagué mucho más, pues no parecía muy contenta con eso y la charla prosiguió convirtiéndose en coqueteo de a ratos. De mi novia, ni rastro.
Se nos terminó la cerveza y tuve que volver al club, ella no quiso entrar.
Me acerqué a la barra y por décima vez miro al cantinero y le pido una cerveza. La mina que lloraba quien sabe por quién me esperaba fuera.
Un paisano pasa la mano por delante mío con un billete de cien y pide una grappa. En eso freno la acción y le digo al barman:
- Disculpá loco, pero estoy hace diez minutos, sólo quiero una cerveza.
- Esperá diez más, me responde con asco, mientras la gente alrededor se ríe de su gracia.
- No se que mierda le pasa a la gente en este pueblo ni que problema tenés, no te conozco.
- Pero yo a vos si, responde lacónico el barman barajando los billetes y despachando la grappa.
Miro en derredor y veo que toda la gente del lugar guardaba silencio, estaban escuchando el principio del desenlace, el que todos habían ido a esperar. Una historia en la que yo era el villano involuntario y de la que nadie me había alertado, como una tragedia griega yo había seguido todos los pasos que me llevaban hacia ahí.
- Te metiste con mi mujer, dice el cantinero.
- ¿Perdón? respondo con incredulidad
- Eso, y te voy a matar, me dice.
- Ya me habían contado esa parte, pero no entiendo un carajo, igual, voy a estar por acá, te espero en el momento que quieras, le digo intentando hacer frente a algo que mi cabeza estaba empezando a comprender.
-  lo que escuchaste, te metiste con mi mujer y te voy a matar.
- No se quien carajo sos, y la mujer con la que vine es mi novia hace seis años.
- Fue la mía hace mucho más, desde ese momento es mi mujer.
En la cabeza hicieron varios clicks al mismo tiempo, este flaco era Federico. El pinta con el que la señorita, damisela ausente en cuestión había frecuentado hasta que nos conocimos, un tipo que infringió todas las normas establecidas del buen dandy engañador, hombre que se maneja con inteligencia cuando de engañar se trata, este no tenía ese talento, pero igual lo hacía.
Resumiendo, ella se cansa de las mentiras y nos juntamos. Resumiendo, él queda pensando que fue la mujer de su vida, la madre de sus siete hijos que no existieron nunca, y como en muchas cosas lo más fácil era echarle la culpa a otro, el que su mujer se hubiese ido era porque yo se la había robado, no porque él la hubiese  cagado y mentido a diestra y siniestra en los cinco años de relación, así que ahí estaba yo, rodeado de gauchos sacados de  un western de bajo presupuesto, enfrentándome al héroe dolido del pueblo.
- Bueno, por fin nos conocemos, de nuevo, yo estoy acá en la vuelta, cuando quieras salí y lo arreglamos.
Agarré una cerveza fría, dejé los cien pesos en el mostrador y salí del lugar.
El tipo no parecía tener los huevos suficientes como para salir solo, abrí la botella, tomé un trago y lo miré desafiante detrás del ventanal, él siguió atendiendo, la gente volvió a lo suyo y yo me senté al lado de la mina de los llantos, a ver qué pasaba con ella y ver si alguien podía resultar medianamente amistoso en ese pueblo de mala muerte.
Mi novia seguía sin aparecer, ni ella ni el grupejo que había salido de excursión.
Charlamos con la mina hasta que el sol se hizo presente, momento en que apareció el gigante que me metió la pesada la primera vez.
- Federico te reta a duelo me dijo pasándome un papel que tenía escrito la palabra "pistolas".
- ¿y que carajo es esto? digo mientras leo la nota cada vez más divertido. ¿Es que en esto pueblo las cosas no se arreglan a las piñas?
- Me gusta este tipo dice el gigante, pero esta vez con tristeza en la cara de retrasado. Él te va a buscar a las diez, se dio media vuelta y desapareció.
En mi vida había tomado alguna vez un arma, salvo en las maquinitas y no con demasiada destreza.
Nos fuimos con la mina al arroyo cercano y nos revolcamos un rato, yo sabiendo que aquel podía ser mi último día, sin que la señorita en cuestión se apareciera y sin más nadie en el pueblo que me tuviera un mínimo de estima, excepto el gigante y esta mujer.
La gente empezó a volver a sus casas, la mina se fue y yo me metí en el único bar que quedaba abierto. Allí estaban el tío Víctor y su camarilla de viejos mafiosos. Me invitaron a sentarme con ellos.
Armé un tabaco y mi humo se unió al de ellos.
- Lamento que tenga que ser así, pero cuando uno es retado a duelo, tiene dos opciones. Si se quiere retirar lo matamos, la otra es presentarse y enfrentarlo como un hombre. me contó el tío Víctor.
- Me quedo le dije, sintiéndome un pistolero en el lejano oeste. ¿Tiene idea de donde está Luciana?
- Se fue con los primos de joda, me respondió otro viejo del grupo.
- Buenísimo, respondí.
Los viejos me trajeron un arma y me dieron una breve clase de manejo, que mi cabeza llena de alcohol intentaba manejar de la mejor forma posible.
El tiempo pasó y charlamos de un montón de cosas de la vida, aquellos viejos eran de la vieja escuela, con códigos, con ética, mafiosos con clase, que observaban  como su pueblo se veía reducido a una sombra de lo que fue a base de rencores, rencillas estúpidas y estrechez de miras de sus nuevos ocupantes.
El reloj dio las diez y tras los apretones de mano correspondientes, me hicieron entrega del arma.
- El botija fue nuestro campeón de tiro de pendejo, me dijo el tío con tristeza en la mirada.
Salí a la calle y medio pueblo se encontraba afuera, la otra mitad estaba en sus casas viendo por las ventanas.
El imbécil estaba a veinte metros mío, con el revólver enfundado y mirándome. Me armé un tabaco, lo prendí y solté el humo, ante la impaciente mirada de la gente.
Se me acerco uno de los mafiosos y me dijo:
- es a un sólo disparo, las armas sólo tienen una bala.
- Solo preciso uno para matar a este hijo de puta gritó Federico a lo lejos.
Asentí con la cabeza, me dieron un cinturón y ahí metí el revólver.
En ese momento Luciana llegaba de su noche de alcohol y quien sabe que más, viendo la escena con cara de ya sabía yo que esto iba a pasar. Cruzamos la mirada y se quedó parada con su grupo en la vereda.
El juez hizo sonar un ringtone con el que comenzaba el duelo. Desenfundé como pude, el otro hijo de puta me medía a la distancia con su arma apuntándome, disparó primero, al instante disparé como pude, pasó una eternidad entre ambos tiros,  las balas se encontraron a mitad de camino con una pequeña explosión. El tipo miró con cara de incredulidad, yo solté por fin el humo de mis pulmones, sabedor que había sido la mejor de las suertes y las casualidades. Pero nadie más sabía de esto, creyeron que al haber sido yo el segundo en disparar lo había hecho por gusto.
Federico tiró el arma, miró alrededor, cagado hasta las patas y se fue corriendo, llorando pueblo abajo.
La gente se me acercó, me saludaron, el tío Víctor dijo:
- si hubiera sabido que disparabas así ni me preocupaba y se prendió un habano. Luciana salió corriendo en dirección a Federico. La mina que lloraba se me acercó y me plantó un beso en la boca, el tío rió:
- Sin duda que se merece un buen polvo después de esto, dijo riendo.

El sol  brillaba en la calle principal de un pueblo que ya no figuraba en los mapas y yo me despertaba a las tres de la tarde en la cama de una mujer que no era la mía. Sólo falta que me rete a duelo el marido pensé mientras me ponía los pantalones y rumbeaba a casa del tío de mi novia.



Todos los viejos se reían

Todos los viejos se reían , no podía entender porqué. No es que la casa de salud estuviera mal, pero vamos, que es un tiradero de viejos, a cual en peor estado y mayor abandono familiar, eso si, mucha enfermera y bastante limpitos y cuidados para cuando llegaban las visitas de fin de semana. 
Los niños correteando y jorobando, tirando algún bastón, berrinches, gritos, los hijos de los viejos con sus hijos, alguna cuarentona con buenas tetas, adolescentes demasiado crecidas para su edad y un largo etcétera.
Eso si, entresemana los habitantes de ese purgatorio pasaban sus horas mirando televisión, babeando, manteniendo charlas más o menos incoherentes, a veces con otros, otras consigo mismo o con terceros que solo ellos veían y escuchaban. 
Es martes de tarde, solo una empleada en el lugar cuidando de los veintipico de vejestorios que allí vivían. Mi abuela lee, es de las pocas que mantienen medianamente sus facultades de ser humano. Me paro enfrente, levanta la vista del libro y me sonríe, empezamos bien, aún me recuerda.
El silencio se apodera del sitio, todos los viejos se callan mientras charlamos mi abuela y yo. Miro alrededor y simulan que hacen otra cosa. Todos sonríen. Mi abuela me dice que es una conspiración, que hacen lo mismo siempre, que traman algo, que deben de ser judíos.
Yo intento decirle que si bien los judíos tienen un largo historial de conspiraciones a todo nivel, no creía que aquellos viejos formaran parte de la trama secreta que llevaría a una multitud de deshechos de la sociedad medio con alzheimer, medio sin alguna que otra facultad mental o física a conquistar el mundo, que con suerte podrían comer algún chocolate no recetado, o tocarle el culo a la empleada de treinta que parecía como de sesenta, pero nunca podían ser parte de una conspiración.
Mi abuela se desentendía, charlábamos un rato más, pero minutos después volvía con la teoría.
El tiempo parece detenerse en cuanto uno cruza el umbral de esos sitios, los celulares pierden su señal y se entra en el mundo de aquellos viejos, que nada tienen que hacer más que esperar la muerte, lenta, pasivamente, sin apuro. Las cortinas de las ventanas que dan al exterior están corridas, la tele pasa pura basura.

Le doy un beso a mi abuela, con la promesa de volver pronto, me voy alejando hacia la puerta, le pido a la empleada que me abra, me doy la vuelta para verla antes de salir, ella sigue allí sentada, divina, abriendo el libro en donde lo había dejado, veo al resto de los viejos mirándome, sus bocas desdentadas, miradas vacías, todos los viejos se reían en silencio, mientras la puerta se cierra tras de mi.